Otra película argentina
Conocí a Martín unos cinco años atrás, cuando comenzó a trabajar conmigo como asistente junior. Acababa de abandonar sus estudios de abogacía y, para desgracia de su familia, había cortado una tradición de más de cien años: todos los varones mayores de la familia habían sido también abogados.
Su padre era, casualmente, el presidente de la empresa en la que yo trabajaba. Imaginen que le costó bien poco convencerme de la conveniencia de tomarlo como mi mano derecha.
Martín resultó para mí una sorpresa: no respondía al común de los tipos “acomodados” que disfrutara particularmente por su condición de hijo de semejante personaje. Hasta tal punto, que logró que al poco tiempo me olvidara totalmente de su origen principesco.
Unos meses después de comenzar, se inscribió en un curso superior de cinematografía. Era fanático del cine y lograba transformar en un placer cambiar con él opiniones sobre alguna película. En una oportunidad deslicé un comentario sobre una que había visto hacía mucho tiempo y que era posible que no supiera nada sobre ella. Yo, ingenuamente, pensaba que la desconocería porque en aquel momento él estuviera más preocupado por nacer. Claro que no contaba con que “Después de hora” de Scorsese es algo así como un culto particular para cualquier estudiante de cine que se precie de tal.
Tuvimos que hacer juntos un par de misiones empresarias en el interior, cuestión que nos permitió conocernos más. Y pude entender qué pasa por dentro de la cabeza de un legítimo “Ricky Ricón”, dispuesto a salir a pelear a la calle.
Por supuesto duró poco en aquel trabajo: era un tipo muy activo, pero creativo y bien dispuesto. Parecía estar destinado a hacer todo bien, a pesar de que se notaba cuánto lo abrumaba la rutina. Pero consiguió un laburo más afín a su porvenir en una productora de cine. De la cual su padre era... el principal accionista, y además presidente del directorio.
Desde que me jubilé, salgo a caminar todas las mañanas. Un pretendido engaña pichanga a mi colesterol, como para que se quede frenadito ahí donde está, a ver si puede retroceder aunque sea de a poquito. Recorro los bosques de Palermo hasta que alguno de mis jorobados gemelos se resiste a seguir y me recomienda subir a esos rodados negros y amarillos que abundan cada mañana a mi alrededor. Una práctica posible siempre y cuando no haya mosquitos. Momento a partir del cual reculo y me pongo a vagar por esas callecitas porteñas que tienen ese “queseyo,viste?”
Esta mañana me volvió a pasar. Y el primer mosquito fue precisamente a horadar mi gemelo, como que supiera que el maldito es mañero y a veces me abandona.
Como hago siempre, apuro la marcha tal cual indican los sabios de la gimnasia y las buenas prácticas físicas. Pero a la tercera cuadra recorrida me sorprendió la guarda policial que impedía a los autos continuar por una callecita que habitualmente tiene escaso tránsito. Al mirar al centro de la cuadra, noté movimientos extraños: reflectores, camiones, cámaras. No es la primera vez que me cruzo con una filmación, algo ya excesivamente habitual en Buenos Aires. ¿Y qué creen que me sorprende ver entre el tumulto de técnicos?
- ¡Martín! – grito desde la vereda de enfrente. Martín me percibe, y abandona el lugar para venir a abrazarme.
- ¡Juanqui, tanto tiempo!
- ¡Lo lograste! ¡Estás en el mundo del cine! ¿Qué hacés?
- Y, ya ves... dirijo un largometraje...
Traté de hacer un rápido racconto de lo que vivía. Hacía sólo cuatro años que no veía a Martín, apenas un bachiller que empezaba un curso de cine, y cuando lo vuelvo a ver es... el director de una película argentina.
Por supuesto que el reencuentro terminó con la eterna promesa nacional de juntarnos más tranquilos a tomar un café, sin los aprestos de la caminata ni el laburo fílmico. Cuestión que se desarrolló apenas unos días después, luego de sincronizarnos por teléfono.
- ¿Cómo lograste transformarte en director de cine?
- Bueno: no creas que es tan difícil. En principio logramos un crédito de fomento al cine, y el resto lo conseguí por una vaquita que hicieron los amigos de mi viejo. Ah... y un buen toco me lo tiró mi suegro, que es industrial textil.
- Che, que bueno despertar tanta confianza. Yo no tuve ni un padre que tuviera guita ni un suegro que quisiera cederme algo más que su hija. ¿Es mucha guita?
- No para una película como esta; unos trescientos mil verdes.
- ¡Un millón de pesos! ¿Pensás que lo van a recuperar?
- ¡Ni en pedo! ¿Qué te creés? ¿Que soy Spielberg?
- ¿Y cómo te la prestan?
- No, no la prestan. Ellos invierten: si anda, bien. Si no: todo bien también. Eso es invertir. En realidad la apuesta es que después empiece a ver qué pasa con la peli en el mercado internacional: ahí hay buen pique: te compran las grandes cadenas de cine por cable. Ellos necesitan material permanentemente por que tienen programaciones que cubren las 24 horas.
- Pero hacer cine para ese fin es lo mismo que hacer cerámicas para revestir baños.
- Dale... no te hagas el gracioso...
- ¿Qué tipo de película es la que hacés?
- Mirá: últimamente me enamoré del cine de la “nouvelle vogue” de los sesenta. Sobre todo Godard. Mi peli se divide en tres actos, es casi como dialéctica: tesis, antítesis y síntesis. En el primer acto Melina duerme la siesta.
- ¿Sólo duerme?
- Claro.
- ¿Mucho tiempo?
- No, porque es una siesta ligera, en tiempo real. Sólo una hora.
- Pero eso ya lo hizo Andy Warhol, también en los 60.
- Nada que ver... En mi peli tratamos de jerarquizar el hecho y los significados del sueño a través de los avances que realiza la cámara sobre ella, los gestos imperceptibles, el valor de la piel o la respiración. En fin... para entenderme tendrías que verla.
- Pero si ponés a una mina a dormir una hora, supongo que no te queda mucho para decir...
- Es que ese profundo silencio de la siesta, le sirve a ella para tomar aliento y lanzarse a la vida renovada... ahí todo recién comienza.
- Pero... ¿cuánto dura tu película?
- No sé, todavía... lo veré en la edición y el corte final. Yo calculo que no puede durar menos de cinco o seis horas. No se si no me da para dos películas. Ya veré.
Muy interesante ¿no? Yo me acuerdo los avatares vividos por cientos de aventureros en la historia del cine, las increíbles historias por las que debieron pasar para conseguir cómo y con qué filmar, estrenar o siquiera publicitar sus creaciones. Pero siento como que ahora se hace cine de una manera aparentemente menos sacrificada, algo más sencilla.
Aunque me parece que lo que no es tan sencillo es ser espectador de estas películas.
Labels: carlygom, cine argentino
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