Thursday, May 17, 2007



TITANES EN EL PISO
La televisión argentina, por el empecinamiento del millonario Yankelevich en homenajear el recuerdo del hijo fallecido, fue pionera. A principio de los cincuenta convenció a Perón de las ventajas del medio y la introdujo en 1951.
Aquella televisión, en modesto blanco y negro y carente de recursos sofisticados, sobrevivió con un único canal en la clásica poderosa Buenos Aires.
Y aquí, en la capital, debió esperar 9 años, solo, hasta que nació “la competencia”, ese ingrediente del capitalismo que parece mejorar o empeorar la cuestión –según el cristal con que se analice-.
Es decir que el sesenta la tv argentina se refunda. Y la mayoría de los tics que adoptó el medio vienen de allí: desde los chivos o kioscos (hoy institucionalizada con valor comercial formal como PNT), los teleteatros (de gran valor comercial en todos los mercados por el altísimo uso de la culebreadas, esos descarados recursos empleados más de una vez para justificar desde resurrecciones hasta existencia de mellizos ocultos o lazos de sangre imposibles), la imposición del entretenimiento como eje de la comunicación y –tal vez lo más importante y al fin redituable- el uso del guionado y los personajes como formas ocultas de aquello que suele salir al aire.
Y el sustento de esta televisión hoy tan actual y visible en los mohines de personajes como la naif piola y buenaza de Susana, la rubia pícara de Mariana Fabbiani, la octogenaria paqueta y autoasignada jueza de la realidad de Mirtha (y muchos más que todos conocemos) y que alcanza su momento cumbre en el montaje surrealista que logró Tinelli con jueces, participantes, invitados cool y público participante al borde del delirio mayor.
Pero: ¿dónde nació esto? ¿Quién fue su creador? ¿Stivel, Ibáñez Menta, Romay, Goar Mestre?
No: Martín Karadagian.
Martín tuvo la lucidez de trasladar con éxito un espectáculo clásico del público masivo norteamericano (esos “simpson” panzones tomacervezas y comehamburguesas): el “catch as catch can” o agárrate como puedas, una variante bizarra de la lucha libre, mezclada con el show del box, categorizado deporte y muy normado.
El “catch” (nombre con que aterrizó aquí) abrevaba a su vez en el comic norteamericano, repleto de héroes míticos con disfraces coloridos y máscaras sugerentes.
Karadagián había tenido el excelente criterio marketinero de hacerse conocer por todo el interior desde los cincuenta, junto con lo que él denominaba deporte.
En la Buenos Aires de los sesenta, aldeana y castigada por dictaduras militares, se inauguraron tres canales privados nuevos que se lanzaron a competir en forma despiadada con el canal 7, por entonces de muy buenos productos y staff estable. Los nuevos fueron el 9, emprendimiento de industriales nacionales con la cadena NBC; el 11, que debió salir a último momento con capitales del vaticano y la ABC, y el 13 del cubano exiliado Goar Mestre asociado con la poderosa CBS.
Es la época que nacen los ratings, y el triunfo del 13 con productos robustos como Viendo a Biondi, El Club del Clan, El Show de Antonio Prieto o Cuatro Hombres para Eva.
Es la época en que la ciudad se detiene con Obras Maestras del Terror (el día que lo emiten baja la asistencia a teatros y cines), o se deja de almorzar y dormir la siesta para ver a los invitados de Sábados Circulares, productos del Canal 9, que daba batalla para mejorar su posicionamiento.
Aquel Martín Karadagian del que hablábamos antes decide ofrecer a ese canal el ofrecimiento de un show desusado para el medio, y menos en horario central: Titanes en el Ring. Su estructura constaba de:
Montaje de un ring similar al de box en un estudio, con gradas para el público, en el que se monten matchs de catch.
El programa tiene como eje central un guión. en el que participarían un grupo de atletas que actuarían personajes y vivirían un supuesto campeonato mundial de catch.
El staff se completaría con árbitros, animadores, locutores, asistente y público. Todos guionados.
Se parte del supuesto de que MK es el actual campeón del mundo, al cual todos tratarán de arrebatarle la corona. Aunque nunca quedará muy claro cuál es el orden ni la lógica de los encuentros, ni cuando terminará el campeonato. Mejor dicho: terminará con el nuevo triunfo de MK, que siempre deberá ser el campeón del mundo.
Y así como en La Guerra de los Mundos de Orson Welles por radio la gente creía que de verdad los marcianos ya recorrían las calles de New York, muchos porteños de entonces creían que el campeonato mundial de catch se vivía en Buenos Aires.
Con los años, y la intromisión y refinamiento de los recursos de marketing, Titanes en el Ring fue duplicando la apuesta: los malos eran muy crueles, los buenos eran buenísimos, la publicidad fue copando la parada (me acuerdo del luchador Yolanka, marca de un yogur de moda por entonces), los recursos histriónicos mejoraban (un asistente pasaba siempre con una barra de hielo para demostrar que en los camarines se necesitaba aplacar las lesiones de los luchadores), los famosos participaban (el hermano de una princesa europea, Alberto Olmedo en su personaje Capitán Piluso, etc.). Como conclusión, todo el staff filmó una película argentina de la época, en que las dictaduras y sus ministros chupacirios sólo admitían este tipo de cine lavado de “críticas”.
Titanes en el Ring se constituiría en el modelo final de lo que sería la televisión futura en la Argentina: a través de un guionado con personajes que simularan realismo, cualquier cosa era posible de construir: desde una pelea hasta un cambio de opiniones con discusión, desde una descompostura hasta una operación, desencuentros, desamores, reencuentros y arrepentimientos y enamoramientos: en fin, el circo que, según la tele, parece ser la vida.
Es que eso es la tele: y eso es lo que busca el televidente que, más que preocuparle dónde está el canal del National Geograhic, quiere divertirse con el último chiste cordobés o un buen par de tetas movidas por alguna nueva danza.
Los programas de mayor rating de la tv de hoy son:
Gran Hermano: se encierra a un grupo de personas y se las rodea de MUUCHASS cámaras. Aparte de explotar el afán voyeurista del televidente, se explota las ansias de fama de un grupo que es capaz de hacer cualquier cosa con tal de ser famosos al salir. No se crean personajes porque se explota así la capacidad natural que tiene cada uno de ser, en sí, un personaje.
Showmatch: es Titanes en el Ring sin golpes.
Susana Giménez: es Titanes en el Ring con cierto glamour, vestuario y maquillaje.
Eso sí: desaparecieron los programas políticos, con su show aparte, su PNT disimulado y sus tentadores y tradicionales sobres con efectivo para los conductores. Están en el cable, una garantía de que nadie los ve.
Los titanes están ahora allí, en el piso. Ya no hay ring.

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Tuesday, May 01, 2007

EL CLUB DEL CLAN Y LA NUEVA OLA FUERON UNA FILOSOFÍA
Cuando los viejardos recordamos El Club del Clan, debemos soportar a nuestro alrededor una serie de comentarios de todo tipo:
* ¿Pero de qué hablás?
* Uf, eso ni era música.
* Todos cantaban covers.
* Fue un invento comercial que vendió bien.
* Ni siquiera trascendieron.

Todo lo cual es en parte cierto, y en parte no. Pero vamos a dividir este ensayo entre lo que fue “La Nueva Ola” y aquel programa de televisión de un sello grabador, que se convirtió en parte esencial de una irrupción de cantantes jóvenes en el mundo del espectáculo nacional.
Hasta fines de los cincuenta, la música popular argentina tenía tres vertientes importantes: el tango, el folclore (por entonces se decía folklore) y la música internacional (latinoamericana, jazz). Pero en 1955, desde Estados Unidos avanzó una nueva corriente tan fuerte que hoy sigue prevaleciendo sobre la música popular en todo el orbe: el rock’n roll.
En Argentina la ola rockera copó a muchos jóvenes que comenzaron a cultivar la música de todos los ídolos: Little Richard, Guy Mitchell, Jerry Lee Lewis, y especialmente los dos grandes: Bill Haley y Elvis Presley.
Por alguna razón de ampliación de mercado, sin embargo, a las grabadoras (que eran las que decidían) se les ocurrió adaptar aquella música con artistas nativos, en inglés y luego en castellano.
A fines de los cincuenta habían aparecido figuras como Mr. Rolls y sus Rockets, con la voz de Eddie Pequenino, pero en poco tiempo crecieron voces en español: Babie Bell, Elder Barber, Rocky Pontoni, Luis Aguilé, y el primer gran ídolo de multitudes: Billy Cafaro. Demostraban que se estaba poniendo bueno para la irrupción masiva de ídolos nacionales.
Dos puntales lanzarían el gran movimiento pop argentino: el representante Dino Ramos y el directivo de RCA Victor, el mejicano Ricardo Mejía. Fue muy simple: apalancaron un grupo de chicos jóvenes que ambicionaban cantar a través de un programa de televisión, en el momento en que la televisión privada se instalaba con todo en el país, y los televisores se vendían como pan caliente. El resto de los sellos grabadores (Odeón de la EMI, CBS de la Columbia, Music Hall argentino, Philips) debieron de salir al cruce con sus propuestas, bastante similares: muchos ídolos jóvenes. Y todo el panorama artístico acompañó: las emisoras de radio con sus programas, el cine, los shows y espectáculos danzantes.
Eso fue la “nueva ola”: la aparición y multiplicación de la música pop en nuestro país, desplazando a la de origen nativo. Y para siempre.
Habrás visto que a esto en el título le llamo haber sido una filosofía. ¿Capricho arbitrario? No. Es que Mejía cambió el mercado musical de la Argentina, sólo queriendo aportar más guita a sus patrones. Creó el gusto musical por las letras en idioma español, las voces en castellano autóctono y descubrió talentos a un nivel impensado: Palito Ortega fue gobernador de su provincia, ministro nacional, candidato a vicepresidente de la nación, productor musical y de cine, actor, director de cine, cantautor y padre prolífico de actores, directores de cine, cantantes, escritores y productores.
Los directores de las grabadoras querían vender más discos y lo hicieron. Sin querer, crearon un movimiento musical, inventaron ídolos juveniles de vigencia internacional como Sandro, Leonardo Favio, Piero, Leo Dan, Pimpinela, Los Iracundos o Bárbara y Dick. Que continuaron en el país con la locura pop iniciada en los 40 con Sinatra, y seguida en los 50 con Presley y en los 60 con los Beatles y Rollings.
Esta filosofía es la que continuó desde los 70 con las bandas de rock nacional, de grandes dimensiones como Vox Dei, Manal o Almendra, en los 80 con Seru Giran o Sumo, en los 90 con Soda Stereo.
Aunque la idea fuera traer más dividendos a grandes compañías.