Sunday, December 16, 2007



EL PODER EN EL SIGLO 21


Argentina fue la “patria financiera” pero también una nación “justa libre y soberana”. ¿Tendremos la lucidez suficiente para poder alcanzar lo mejor entre términos tan opuestos, pero todos al fin y al cabo representativos de nuestra idiosincracia?


Voy a hablar de política pero sin referirme ni a los políticos ni a su manera de practicar la política. Todos esos protagonistas que ya definiéramos como brutos voluntariosos, a muchos de los cuales les encanta pensar en el poder como asociado en forma indisoluble al incremento de su patrimonio personal, más allá de la simple suma de sus haberes.
En forma bastante lamentable, las jóvenes generaciones tienen una percepción falsa de la política a partir de la mala fama que hicieron los políticos, y sobre todo por ser testigos de que muchos de los que entraron al poder en los últimos años luego lo dejaron con acusaciones de toda laya. No han tenido oportunidad de profundizar en “lo político” y llegar a percibir que puedan existir reales alternativas de vivir el lujo de administrar lo que es de todos con un legítimo criterio de gestión de la excelencia.
Y no vamos a plantear el verdadero drama de los políticos –tema de algún futuro post- no porque no existan ni sea un tema de importancia vital. Sino que esta nota lo soslayará para poner su eje en lo ideológico, unido al peligro de esa verdadera piedra atada al cogote de la república que se llama “economía”.
Es cierto que el justicialismo no alcanza a ser una ideología porque nunca se pretendió a sí mismo como tal: siempre se habló de “doctrina”, una serie de conceptos que permite más corregir desvíos que aleccionar, un pragmatismo que trata de aprovechar las ventajas de correr a resolver problemas o a prevenirlos sin necesidad de ajustarse a tantos principismos consagrados como era tan común en los partidos políticos tradicionales.
Fue la ventaja que le permitía a Perón amoldar sus discursos según las circunstancias, las características del auditorio o lo que realmente guardaba en su propia cabeza y que responde a las razones nunca del todo conocidas de los grandes estrategas.
Y también fue la ventaja que permitió al peronismo definirse como “movimiento” y aunar las fuerzas más opuestas para lograr ese reiterado voto mayoritario que le facilitó tantas veces estar al frente del poder.


En donde filosofo sobre el peronismo
El peronismo, en su concepción original, apareció como una propuesta basada en varios aspectos que por azar del destino vuelven a tener plena vigencia:
El eje en lo nacional, como oposición a toda una economía orientada más a beneficiar a los negocios de las grandes potencias brindándoles materias primas (casualmente producidas por los sostenes de los gobiernos conservadores: los grandes terratenientes).
La importancia real de lo económico, por encima de cualquier atadura ideológica y siempre orientado a lo pragmático, tanto en la planificación como en el reconocimiento del papel activo de cada uno de los sectores participantes.
El activo papel de lo político, en el esquema de que sólo se necesitan actores que manejen la cuestión en el propio escenario de la estrategia. Y más se alcanza cuando dichos protagonistas más saben de los intereses y el campo de juego de opositores y partidarios.
El valor de llegar a plantear una nueva vía al esquema de poder mundial: la “tercera posición”, que hace aparecer en escena a la geopolítica como fuerte pilar del propio poder interno.


Lo social por sobre lo individual
¿Qué fue lo que hizo aquel peronismo que cortó en dos al siglo anterior, el 20?
Es que hasta entonces había primado cierto criterio que se decía “liberal”, manejado por políticos conservadores cuyo único interés (basado en los auspicios de tales supuestas teorías liberales) era su propio negocio con un objetivo claro: aumentar sus fortunas personales ad infinitum, y lavar sus conciencias “sacrificando” a sus mujeres en tareas de “beneficencia”.
¿El peronismo era fascismo, capitalismo, un nuevo socialismo? ¿Era dictadura, era democracia, una nueva forma de autoritarismo? De todo lo que se dice se lo acusó, porque en realidad el pragmatismo tiene tal vez de todo eso. Es como la paternidad: un hijo puede acusar a sus padres de malvados por negarle una golosina fuera de hora, o del mejor papá del mundo en un momento de ternura: para el chico todo se mide desde su sentimiento inmediato.
Todas las gamas de la izquierda negaron al peronismo por ser capitalista y fomentar al capitalismo. Es rigurosamente cierto: Perón nunca lo negó y a lo sumo llegó a hablar de un “socialismo nacional” que tenía que ver con ese estado fuerte que el mismo propulsaba: administrar para el fisco los mayores tesoros que nunca deberían caer en manos extranjeras.


En el siglo 20 se peleó tanto como en el primitivismo
Este aspecto que pareciera encerrar principios demasiado rígidos para el pensamiento liberal, es sin embargo bastante sabio: el liberalismo aplicado a la economía demostró ser demasiado fructífero en momentos de vacas gordas pero ser asesino a la hora de las crisis. Tanta gente operando junta, y todos sacando provecho personal hubieron de producir crisis dolorosas, terribles, lamentables. Y la del 30 a partir del desastre en la bolsa norteamericana partió al mundo en dos, empobreciéndolo y mostrando uno de los costados más trágicos del capitalismo.
Crisis, enfrentamiento entre poderes y guerras mundiales con millones de muertos, torturados, desaparecidos y empobrecidos. Aquellas ansias de poder individual del que los fenicios hacían gala, se había hecho inteligente y asesina al perfeccionarse a través del capitalismo. Que a través de la etapa también dolorosa del industrialismo había ganado vidas de tantos desposeídos que entregaban primero su fuerza de trabajo para sobrevivir hasta que terminaban entregando sus vidas (y esto no es metáfora, basta leer toda esa literatura europea trágica generada en aquellas sangrientas épocas).
Como reacción, los socialismos van haciéndose cada vez más fuertes y violentos hasta que la revolución rusa impone por primera vez una dictadura masiva contra el capitalismo por parte de varios estados que pasan a constituir ese fenómeno tan típico y exclusivo del siglo XX, lo que se llamó “países comunistas”, “países detrás de la cortina de hierro” o legalmente “Unión Soviética”.


Una tercera posición parecía posible
Quedaron dos bloques enfrentados: los países capitalistas del “primer mundo”, y los comunistas del “segundo mundo”. ¿Las diferencias más notorias entre los bloques? El de las libertades individuales, el de la regimentación de la vida, la miseria de los más pobres. No era poco, pero se enfrentaban por otra cosa: la influencia sobre el resto del mundo.
Cuando surge el peronismo, esta guerra fría estaba en plena concepción. Y Perón plantea entonces el comenzar a hablar de la “tercera posición”, un lúcido diseño estratégico típico de la geopolítica, pero aplicado a una práctica política en todos los frentes.
Los riesgos del liberalismo siempre han quedado al descubierto frente a las crisis nacionales, las crisis externas que afectan a la economía autóctona, o las crisis mundiales y su impacto interno.
Nuestras últimas generaciones han vivido dos de las más grandes a nivel interno: la hiperinflación de fines de los ochenta y el default del 2001, si bien originado en una macana propia (la “convertibilidad”) que tuvo empujoncitos detectables en las crisis previas de México, Brasil y Rusia.


¿Economía o casino?
No hay que entender mucho de economía. Cualquiera sabe que el destino de cualquier apostador fuerte va a ser la crisis. Y toda estructura que cobija, promueve o no enfrenta a los apostadores sabe que, tarde o temprano va a entrar en zona de riesgo.
A fines del siglo 20 comenzó una ola mundial de “privatizaciones” que traía promesas de resurgimiento del capitalismo a partir de la creación de “fondos de pensión”: una apuesta fuerte al robustecimiento del capitalismo a partir de... los pequeños contribuyentes. Enormes masas de dinero extraídas por ley a los trabajadores y que hasta entonces entraban a las arcas de los estados, pasaban a ser fondos de ahorro para la estructura accionaria capitalista, y alguna parte menor para los estados. Lo interesante es que estas leyes eran casi siempre obligatorias, con pequeñas y desmotivadas opciones de poder seguir aportando a los estados. En Sudamérica, la Chile marcada por Pinochet y su apoyatura empresaria había hecho el cambio más significativos: la medida era la columna vertebral del crecimiento económico y esto enloquecía de justificación a los pilares del por entonces cacareado Consenso de Washington.
Para quienes leen los diarios en forma fragmentaria, siempre les deben haber parecido arbitrarias las medidas de los Kirchner con respecto a las AFJP, pero como ven el hecho de frenar el poder de los fondos de pensión es –internamente- más una medida de tono político que económico. Permite que los que quieran seguir apostando lo hagan (y si sobreviene una crisis que se jodan, como es en general en toda apuesta capitalista de riesgo), pero ofrece una salida en la cual el estado tendrá que dar una respuesta (y si no, que también se jodan...)


De la desesperanza a la esperanza.
¿Cuál es la conclusión a la que quiero arribar?
Desde chico hemos sido criados erróneamente en creer que “hay” soluciones. Que nuestros mayores nos protegerían de todo. Es más: hasta se nos fabricaron padrinos que se harían cargo de nosotros llegado el caso. Se nos ha rodeado de supuestas seguridades, leyes, religiones y supersticiones de todo color para resolver cada uno de los colapsos de la realidad. Hasta hay iglesias en los barrios cuyos carteles invocan “pare de sufrir”. Pero no: la realidad nos demuestra cada día que vivimos haciendo equilibrio sobre un cristal frágil extendido entre dos torres de cuarenta pisos.
El deber político como compromiso de este siglo 21 tan lindo por otras razones es no engañarnos más, mostrarnos esta realidad a fondo y enseñarnos a comprometernos a todos en el trabajo de la solución individual de cientos de problemas.
En Clarín del domingo 16 (página 32, o este link) su corresponsal en Italia abre una ventana interesante de la realidad de hoy en la tierra del poderoso “euro”: 2.600.000 familias italianas están pasando serias dificultades económicas. Reporta gente cirujeando en la basura y el periodismo socialista delata que, de seguir así, terminarán pronto “como la Argentina, (...) y peor”. Lo dicen los socialistas italianos, nuestros obligados “primos” que se quedaron allí mientras todos sus familiares huían en el siglo pasado para hacernos nacer aquí, un país que por entonces era una conjunción de las más firmes esperanzas. Todas –hasta ahora- todavía bastante incumplidas.
A flipi.

Friday, December 07, 2007


PERONISTAS
El peronismo impuso una marchita. No es un himno, ni una elegía, sinfonía u ópera. Es “la marchita” como le gustó describirla en forma peyorativa a la vieja oposición. Hasta el origen es espurio (en términos “cultos”) porque fue la que pergeñaron casi en joda dos muchachitos para su amado Racing Club. Se llama “Los muchachos peronistas” y fue adaptada para poder dar máquina al fervor político peronista. Tuvo una segunda y tercera partes olvidadas. Una es la de “Evita capitana” para apoyar a la posible (o más bien dicho imposible) candidatura de Eva a la presidencia, y un agregado al original que hizo la JP setentista.
En la marchita se arrancaba definiendo que “todos unidos triunfaremos”, algo que parece obvio dado los principios democráticos con que fue fundado “el movimiento”, como siempre le gustó denominarla a Don Juan Domingo.
Pero no. La invitación surge porque ¿qué era eso que en realidad se decía peronista? Y hoy parece que una sola cosa: aquello que radicaba en la cabeza de Perón.
¿Qué difícil, no?
Perón, por sí solo, había logrado captar a los radicales Raúl Scalabrini Ortiz y Arturo Jauretche o al conservador Solano Lima, y hubo de pactar con los desarrollistas Rogelio Frigerio y Arturo Frondizi. Logró la adhesión del marxista John William Cooke y el trotskista Jorge Abelardo Ramos, los empresarios Julio Broner, Jorge Antonio y Gelbard, los ultraderechistas nacionalistas como José María Rosa, nacionalistas católicos como Firmenich o los Abal Medina, progresistas como Ortega Peña o Duhalde, laboristas como Cipriano Reyes, socialistas como Puiggros, Getino y Solanas .
Todas estas personas que, juntas, hubieran discutido hasta lo inconcebible, han aparecido sin embargo asociadas por la magia de Perón. Con el tiempo, aún los opositores aparecieron bajo la singular política del signo peronista. No hay que olvidar los encuentros de Rojas con Menem o la virtual fusión con el justicialismo a la que se expusiera Alsogaray y su UCEDE. Pero se puede objetar pensando que Menem no fuera cabalmente un peronista, al menos en el desarrollo de su política.
Para no hilar mucho, habría que preguntarse qué cosa es “ser peronista”.
Para no ponerme loco, yo tengo mi propia película para encontrar una respuesta. Un día, todo el espectro peronista (algo más del 50% de la población, comprobado luego ante su elección sin ballotage) de aquellos setenta y pico decidió hacer un homenaje a Perón, desfilando ante su presencia (me acuerdo de una cámara de canal 9 ubicada en el centro de la calle Belgrano en el cruce con Ing. Huergo). Perón estaba (con Isabel y López Rega) en los balcones bajos de la CGT, y nos saludaba.
Desfilamos frente a él ovacionándolo. Eso era allá por lo que es hoy Puerto Madero, y yo vivía en Barrio Norte. Éramos la Juventud Peronista. Cuando volví a casa y prendí el televisor, seguía pasando “la Tendencia” (el nombre abreviado conque se conocía a la Juventud Peronista, derivada de la principal línea interna: la Tendencia Revolucionaria Peronista. El locutor relataba que el cálculo policial hablaba de 26 cuadras de JP (yo había estado en una de las primeras). Y los cálculos policiales de por entonces decían también que en cada manifestación la cantidad de personas posibles era de mil. Lo que daba una estimación de 26.000 personas de la JP en aquel día.
Esto me suele deprimir un poco, cuando me pongo a pensar qué fue de muchos de nosotros, cuántos sumamos allí entre los miles que fueron luego desaparecidos, emigrados, borrados o reciclados –como yo-. Sobre todo me acuerdo de aquella cámara del canal 9 enfocándonos en forma reiterada (¿estará en alguna parte ese video, y yo entonces podría verme con menos arrugas y más pelos?). Allí, con mi gran amigo y compañero Jorge, que me hacía pata a pesar de su algo menor compromiso político pero igual fervor, al tener tan cerca al gran líder.
Así como el peronismo se hizo de mentes tan distantes, con ejes puestos en lugares de tanta disidencia, ¿no? (los trotskistas y marxistas ansiosos de facilitar el poder popular, y los empresarios siempre preparados para establecer pautas para ganar más dinero, por ejemplo).
Todos, unidos y triunfando.
Ahí tienen: eso es la síntesis de lo que es el peronismo.
Unos años atrás, cuando todavía estaba vivo, Galimberti (dirigente de primer nivel de la JP más combativa y aliada a los Montoneros, ex representante personal de Perón) expresó en un reportaje muy lanzado (en la revista Trespuntos) que él era ahora un empresario muy audaz (aliado a socios públicamente vinculados a la CIA) porque así podía demostrar que era cierto aquel potencial que encerraba aquella juventud, todo lo que hubieran podido ser y a donde podrían haber llegado.
Así que si me preguntan qué es el peronismo, me van a tener que disculpar. Y no crean que me excuso si contesto “aún no sé”. Porque tal vez no sean cosas para “saber”, en el sentido que le puedan dar esos “contenidos culturales” de cualquier pregunta.
Mejor pensar que sí, que es cierto que –aunque nos cueste reunirnos- al fin y al cabo todos, unidos, triunfaremos.

Tuesday, December 04, 2007



CHÁVEZ, SIEMPRE CHÁVEZ.
Los que me conocen saben que soy peronista. Viví en un barrio de clase media baja, en casa teníamos un patio de tierra, nunca tuvimos automóvil, y a media cuadra de casa estaba la CGT regional. Mi papá adoraba a Perón y mi mamá lo criticaba por su autoritarismo (era hija de un anarquista italiano) pero finalmente lo votaba.
En el 55 yo era chico, pero cuando tuve edad para decidir y empecé a trabajar el peronismo ya era un tabú: por ley ni se lo podía mencionar y todo lo que oliera a peronista estaba prohibido. Coincidía con mi adolescencia y por eso me hice peronista. Del peronismo “malo”, de eso que hoy con elegancia se lo llama la “resistencia” pero que para muchos de los que vivimos aquellos luchados fines de los sesenta era el “peronismo revolucionario”.
Y a principio de los setenta concluí siendo dirigente sindical, y a fines de los ochenta “me borré” en una de las medidas con más acierto que tomé en mi vida (y así salvé el pellejo) pero que más habría de impactar en mi futuro.
Y así fui: me impactó Fidel, el Ché, el tío Cámpora. La historia de los setenta fue muy fuerte, venía del 68 de París, del Cordobazo, del evitismo y de un nuevo peronismo con sus fuertes contradicciones. Nunca me voy a olvidar el perder la voz gritando por el socialismo, mientras los sindicalistas nos ensordecían mezclando al unísono la palabra peronismo.
Hasta que vino Perón y dejó todo en claro. ¿Se acuerdan lo de imberbes? Yo lagrimeaba entonces viendo, por televisión, como la masa retrocedía y abandonaba la plaza. Hacía dos días que yo los había dejado a ellos, y ahora me desesperaba por mí, por ellos, por Perón y por todos los peronistas.
Lo de “todos unidos triunfaremos” (parecido a lo de la izquierda de “el pueblo unido jamás será vencido”) sería ya para siempre la mayor de las utopías.
Y lo de separados nos aniquilarán –como opuesto- también fue cierto: nos pasaron por encima, a todos. Nos confundieron de afuera porque ya estábamos un poco confundidos de adentro. Así fueron los setenta.
¿Y a dónde quiero ir a parar con esta extrañísima cháchara?
En que yo también fui confundido por Chávez. Que parecía ir para un lado pero va para otro. Que utiliza tanto la palabra socialismo como las sectas usan la palabra “el bien”: para atrapar a la gente, hasta que la gente –de forma inevitable- atraviesa el momento en que se da cuenta.
Y en este caso, parece, se están dando cuenta un poco tarde.
Chavez, como los que conducen sectas, sólo puede pensar una cosa: en Chávez. Y ahora se nota. Chau, Chávez.
Chau, loco.