Tuesday, May 30, 2006


LOS BUENOS AMIGOS
Quiero compartir con todos ustedes esta simpática cartita recibida en mi humilde weblog.

yo lei tu entrada y estoy completamente de acuerdo con Porcel: lo tuyo no es el humor.
para mi el gordo fue un grande escribiendo humor, actuando, bailando y cantando (es un referente de los medios masivos de comunicacion argentinos y de la cultura nacional y popular).
saludos cordiales!
pd: una duda: amartino te publicita desde su columna en clarin y desde su weblog personal. te cobro algo en concepto de promocion y publicidad o te menciono "de onda"?
desde ya muchas gracias!


Desde chico me preocupó la competencia. Tal vez por ser demasiado incompetente, o no muy competitivo o directamente inepto. Y siempre me preocupó la gente que es pacífica hasta que monta en su orejero y sale a batir al enemigo.
¿No notaron todo lo que aflora detrás de la “permitida” competencia?: odio, resquemor, envidia, rencor, en fin... sentimientos asquerosos.
Me encontré con todas estas palabrejas poco simpáticas en ocasión de tener que pasar “mi primera comunión”, ritual por antonomasia en la década del cincuenta y que ha sido en mi vida un paseo por tal parque de diversiones que lo tengo reservado para un post muy especial. Por entonces la envidia siempre me pareció tan natural como la sangre corriendo por las venas, de tal manera que como no se puede detener la una, tampoco se lo puede hacer con la otra.
Es decir: la religión pretende que la gente haga algo para detener sus impulsos envidiosos, con culpa, pa ver si la frena. Pero yo creo que los envidiosos al fin y al cabo la disfrutan bastante. Y ese es el problema.
El azar, la internet y mi Pentium me han traído buenos amigos (no estos, como diría Groucho Marx). Volvamos a la carta de la GG, que paso a contestar:
1) Yo conté una anécdota con Porcel, mi interlocutora sostiene que este cómico la hacía reir y yo no, con lo cual confirma lo que se cuenta en la anécdota. Como dirían los historiadores, “la historia se interpreta desde los resultados”: Porcel hizo mucho dinero con su humor (yo no), filmó 40 películas e hizo reir a varias generaciones, entre los cuales me cuento. Yo mismo relato lo que me divertía cuando iba a verlo al teatro. Además yo hago un weblog testimonial, si cometo algún desliz pseudo humorístico, por favor no se rían.
2) Me consulta esta chica si para que me publiciten hay que pagar algo. ¡Ay, sí, querida! Lamento decirte que hay que pagar mucho. Tanto, que no creo que puedas. De todas maneras, no te preocupes: tu vestidito de gitana me ha parecido simpático y puedo conseguir que te hagan buen precio.
“El muerto se ríe del degollado” decía papá refiriéndose a quienes nada tienen y envidian al que por lo menos ha ligado gratis un piojo en su cabeza. ¡Miren que envidiarme porque al cronista de un diario se le ocurrió comentar mi weblog!. Goethe no lo hubiera expresado mejor en su “Leck mich am Arsch”
El genial artista plástico Andy Warhol soñaba con que todos en el futuro tuviéramos derecho a nuestros quince minutos de fama, y la vida moderna vive obsequiándosela a señoritas que se desnudan tanto en las escuelas que son preceptoras o en nombre de Greenpeace o del Carnaval Litoraleño, o comiendo vómitos en el programa de Tinelli o sufriendo crisis emocionales en medio del Gran Hermano.
¿Se acuerdan la falta de disfrute de los envidiosos del barrio? Aquellos que nunca tenían una buena pelota, o buena cancha, o permiso de los viejos o que ahora llueve... Ellos escondían su inexistente talento para el diálogo con la pelota, tanto, como yo frente a Porcel.

Tuesday, May 23, 2006

DISTANCIAS GENERACIONALES
Estoy convencido que debería haber nacido cuarenta años antes. Es decir que hoy sería más feliz con esos años menos, y dentro de esta generación.
Siempre me imagino lo feliz que hubiera sido en una infancia con poderosas PC y buenos video games, en mi adolescencia con sexo libre y en casa, rock and roll permitido y lenguaje abierto, tv y cine sin censura.
En cambio me tocó vivir el oscurantismo, la censura, la política en manos de curas y militares. ¡Onganía, Margaride, Tato, López Rega, Meinvielle, Quarracino, Videla!
Esta mañana uno de mis vecinos cuarentones acompañaba a su hijita de diez años a la escuela. El padre acomodaba como podía su melena, vestido de sport, camino a su trabajo. La hija lucía el pelo tan largo como el del papá. Supuse que debían disfrutar de una distancia generacional casi mínima: imagino a su papá contándole a su hija los inicios de los Redondos, La Renga y los Babasónicos, y acompañando a la nena a disfrutar de sus primeros recitales.
¿Cuál era la distancia generacional de nosotros, los sufridores de la década de los sesenta? Sólo había un abismo como distancia.
Mis padres eran algo liberales, pero más bien hacia adentro de casa. Para afuera cumplían con todos los rituales y sentimientos pautados por la moral hipócrita y temerosa de aquellos tiempos. La música "aceptable" era el folclor (que por entonces se escribía folklore, así con k), ya que como gran avance se la había incluido en la curricula del colegio primario. Para bailar se elegía el tango, y como "horror" se había comenzado a experimentar en el 55 con la música del rock. Esta música "sonaba a lata" como decía mi padre refiriéndose al acompañamiento rítmico que traía la batería, o "era ese chipun chipun" como decía mi madre: a ambos les resultaba indigerible.
Y claro, la moral era otro tema que desvelaba a aquellos viejos. La iglesia pretendía imponer sus manías moralistas: las señoras protestaban por los jóvenes de la Acción Católica Argentina, que a las entradas de los templos pretendían constatar por el tacto "si tenían o no puestas las medias", ya que no estaba bien visto entrar sin medias a una iglesia. ¡Y ni hablar de no portar mantilla en la cabeza!
Los cincuenta fueron una época muy oscura, aunque ya se vislumbraran los primeros sectores que entendían la realidad más allá de creencias ridículas. Y empezaron a pulular las mallas de dos piezas en las mujeres y los pantalones de baño sin camiseta en los hombres, los noviazgos sin presencia de familiares o terminar los escándalos sociales ante una separación matrimonial.
De todas maneras, pasó mucho tiempo hasta llegar a hoy. Desde los cincuenta, nada más y nada menos que medio siglo.
Porque nací antes no me llama la atención que mis nietos puteen, que usen piercing hasta en el escroto o que pasen toda la noche viendo televisión.
Es más: los envidio.

Wednesday, May 17, 2006

AÑOS DE HUMOR ROIG
Ahora Jorge Porcel ha muerto, acaban de pasar la noticia. Fue un comediante de raza, al estilo de los grandes que tuvo la escena argentina, y compañero del tal vez humorista mayor: Alberto Olmedo.
Mi primer contacto con Jorge Porcel fue a través de la radio. Era cuando yo ignoraba que era tan gordo, y me daba rabia que intentara suplantar la voz de Carlos Balá. Siempre pasaba eso con los programas de radio: cuando se iba la figura al que uno tenía acostumbrado el oído, trataban de reemplazarlo por alguien cuya voz se pareciera en algo. El reemplazante de Balá era Porcel y estoy hablando de “La Revista Dislocada”, allá a finales de la década de los cincuenta.
Aquel programa, que iba los domingos al mediodía por Radio Splendid (una de las tres grandes cadenas nacionales comerciales, junto con Belgrano y El Mundo) era una producción humorística muy popular, que tomaba la tradición de los programas radiales con chistes y sketches encadenados durante una hora. De allí surgieron y se independizaron “los tres”: Balá, Marchesini y Locatti, y con el tiempo muchos otros más. Porcel, precisamente, había sido uno de ellos.
Por primera vez en mi vida uní aquella voz de Porcel -a la que ya para entonces me había acostumbrado- con su figura desmesurada en el Cine Teatro Español de Mercedes. Es que aquel programa de radio acrecentaba su fama recorriendo los teatros del país para realizar la ceremonia con el público: unir cada voz con la real figura.
Por supuesto no sería la última vez: Porcel fue una estrella reiterativa del teatro, el cine, la radio y –sobre todo- la televisión.
Con Paco y Hermes, mis dos mejores amigos allá por los setenta habíamos conjugado una afición: escribir humor en equipo. Era una época exitosa para el humor: en la calle brillaba la Satiricón de Botta, Clarín había optado por bajar de su última hoja las historietas de los sindicatos americanos para incluir a humoristas argentinos. Era un periodo dorado para los Sofovich, los humoristas uruguayos de Telecataplum, Tato Bores y sus eternos domingos a la noche, Landrú y su sátira a la sociedad vacía de la noche “in”, Geno Díaz... Nos gustaba tanto que nos podíamos sentir capaces de hacer cosas aún mejores que las que conocíamos.
Así que un día nos encerramos y empezamos a trabajar, primero solos, cada uno en sus casas o en su trabajo. Por entonces yo tenía un trabajo administrativo muy sencillo en una empresa privada. Recibía documentación que tenía que cotejar y clasificar, minuto a minuto. La contabilizaba y “la pasaba para procesar”. Eso me permitía cierta relativa capacidad de manejo para escribir en los tiempos muertos. Controlaba un documento y lo clasificaba, hasta el próximo solía tener dos o tres minutos que me servían para redactar mis ocurrencias.
Dos o tres días después nos reuníamos en la casa de alguno de nosotros y el material que congregábamos se unía en un trabajo de equipo muy fértil.
Aun así, había cientos de redacciones individuales que se sumaban.
Nos unía un fenómeno particular: los tres éramos recién casados, lo cual traía aparejado que tarde o temprano aquellas tres mujeres aparecieron casi fundidas con el equipo, haciendo aportes y participando.
Cuando se logró juntar buena cantidad de material definimos que “ya era hora de mostrar aquello” y ofrecerlo en el mercado, que inevitablemente debía ser o prensa o radio. Sabíamos que lo más sencillo era lo escrito, y que en la medida que fuéramos arriesgando la complicación crecía: la radio era mucho compromiso y la televisión era como una hoguera en la cual uno podía quemar y quemarse.
Conocíamos la fama de Antonio Carrizo como “padrino” de los jóvenes que querían darse a conocer. Por entonces tenía uno de los programas más prestigiosos en una de las únicas radios privadas , Rivadavia, que era la de mayor audiencia. El programa “La Vida y el Canto” era un típico formato “magazine”, que había impuesto desde años antes un programa de Belgrano que se llamaba “La gallina verde”: el traslado de la miscelánea de una revista de actualidad a la radio, y transmitida diariamente.
Carrizo nos recibió en forma muy cálida. Nos ofreció leer al aire nuestros chistes. Así comenzó aquella semana y varias otras que siguieron. Pero él tenía sus libretistas, y terminó derivándonos a un productor en Radio El Mundo.
El Mundo había sido la gran radio de los 40 y 50. Tenía un edificio imponente en Maipú y Lavalle, el primero en el país que fue construido especialmente para emisora de radio, con varios estudios de alta tecnología y un auditorio para programas en vivo con público.
Lo habían construido en la década del 30 con un estilo Art Decó la familia Haynes, los mismos del Diario El Mundo y los de Mundo Infantil, Mundo Argentino y hasta Mundo Peronista. Hoy es la sede de Radio Nacional.
Las radios habían sido estatizadas en el pasado y en los 70 aquel edificio fue rearmado como “Radio Centro” cobijaba además a Radio Mitre, Antártida, Excelsior y alguna otra. Aquella superpoblación terminaría mal tiempo después con un incendio interno. ¡Aquel edificio maravilloso, inspirado en el de la BBC de Londres, estaba construido para seguir transmitiendo en medio de un terremoto (una inútil construcción antisísmica en un lugar sin antecedentes de estos fenómenos) pero mató a más de un profesional de la radio al declararse un incendio en los setenta.
Con la recomendación de Carrizo nos caímos en El Mundo. La emisora vivía por ese tiempo un proceso de renovación en manos del mismo director que le había cambiado el rostro a Radio Belgrano con su slogan “la radio”. Ahora había sido destinado a cambiar también El Mundo, al que le extrajeron la palabra “radio”. La estrategia era luchar contra Rivadavia, la de mayor audiencia, oponiéndola a su estilo vocinglero, deportivo y machista, con el look que diez años más tarde haría famosas a muchas FM: susurros, música especial, nada de gritos ni amarillismo. Este estilo era la tarjeta de presentación de otro “look” algo menos evidente pero necesario para los “dueños” de aquella emisora.
El cordobazo y el asesinato de Aramburu había pasado, y se llevó a Onganía. Los militares que quedaban estaban tratando de dar un giro de 180 grados al oscurantismo clerical del presidente anterior. Lanusse era presidente, e intentaba hacer modificaciones desde su supuesto liberalismo para que el gobierno actual pareciera más abierto. En el fondo, los militares tenían la fantasía de tener una oportunidad a través de las elecciones, parecidas a las del Perón del 45. Se había creado lo que se llamaba GAN “Gran Acuerdo Nacional”, y el gobierno creía politizarse al haber nombrando a un ministro del interior radical, Mor Roig. Y así habíamos decidido llamar a nuestros engendros humorísticos: HUMOR ROIG.
Conocimos al productor que nos había derivado Carrizo allí en aquel edificio de la calle Maipú. Leyó nuestros papeles y nos aseguró trabajo inmediato. Pensó que era un aporte interesantísimo para un programa que tenía Jorge Porcel con Daniel Guerrero todos los mediodías: requería mucha letra y pensaba sería bueno inyectarle una cuota de novedad para impedir se agotara. Aparentemente el libro era del mismo actor.
Jorge Porcel, como muchos obesos, era producto de una ansiedad y avidez enorme. Quería abarcar todo lo que podía (cantaba, actuaba, escribía, componía, era disc jockey... luego fue pastor protestante...) y acostarse con todas las mujeres que no lo rechazaran aunque su fama como padre, posteriormente, no haya tenido correspondencia en la misma avidez.
Y allí termina aquel primer paso de nuestras vidas como escritores: Porcel no sólo no aceptó nuestros libretos: los rechazó abiertamente y nos humilló.
- Dice Jorge que vuelvan por aquí “cuando aprendan a escribir” –nos respondió su productor.
Pero no sería la última de nuestras aventuras en la radio. No iríamos a caer sólo por el rechazo del gordo. Pero ese capítulo se los debo para algún post futuro.

Sunday, May 14, 2006

LIDER
Una de las cosas más interesantes, extrañas y particulares que les puedo relatar de mi vida es mi paso por el liderazgo.
No nací líder. He sido más bien tímido, huidizo, sociofóbico y con apasionado interés por cultivar un perfil bajo. Pero las circunstancias de la vida me llevaron a tener que asumir liderazgos. Esas trampas que no podés evitar y que sólo deseás que terminen un día.
Lo peor es que me pasó varias veces. Y siempre estoy a un tris de que me vuelva a suceder.
Les voy a contar la experiencia hasta ahora más larga, y tal vez bastante trascendente. Acababa de cumplir 43 años y me había transformado en un experto en mi trabajo en una compañía multinacional. Los que laburan en este tipo de empresas saen cuál es el secreto para sobrevivir y crecer allí: hacer las cosas como dicen las normas y procedimientos, "dejar debido testimonio (para las auditorías de todo tipo que suelen aparecer)" y obtener buenas calificaciones en las evaluaciones de desempeño anuales. Es decir: todo un certificado para el aburrimiento.
Todo sucedió así hasta que un amigo que es consultor de empresas me ofreció participar de una selección como "número puesto", siempre y cuando el Directorio aprobara mis antecedentes. El puesto era el de Gerente Administrativo de una compañía nacional de servicios con muy buena inserción en el mercado. Si bien la administración no era mi fuerte, el desafío era muy tentador y nunca había osado llegar tan lejos.
Me entrevistaron, me aprobaron y renuncié a mi trabajo. Y hacia el nuevo objetivo me dirigí.
El primer día todos me evaluaban, me probaban, trataban de medir mi resistencia, querían saber hasta dónde me podrían arrastrar. Los otros gerentes, los jefes, los delegados y hasta los empleados. Se me hacía evidente que los de arriban querían saber si habían acertado con la elección. Los de abajo probaban hasta dónde podían confiar en mí. ¿Estaría con ellos o con los patrones?
Pero aquella primera semana sería decisiva.
- Che, Juanca –vociferó el Director General en el teléfono- aquí me dicen que el Jueves Santo es laborable, que se labura…
- Sí, así es Jaime, es laborable.
- Che, no puede ser! Tengo reservas hechas en un hotel en Río, yo creía que era feriado…
- Bueno, váyase… ¿para qué es el mandamás? No necesita dar explicaciones a nadie si no aparece ese día…
- Ah, no… no me gusta nada esa cuestión: yo al sol en Copacabana y ustedes laburando… ¿Por qué no se viene para mi oficina?
En el camino cambié ideas con los otros gerentes: a todos les venía bien no labural el jueves. El más problemático, el Gerente Operativo, encargado de los "servicios" que prestaba la empresa me confesó que tenía todo armado como para cambiar las fechas de la atención a los clientes en un tris.
Cuando llegué a la Dirección, era un bloque de seguridad. Cuando me preguntó que opinaba, le confesé que ya había consultado a los principales y que podíamos cortar.
Jaime me confesó que aunque le hubiera dicho que no, el se iba a mandar el decretazo y el jueves no se trabajaba aunque los clientes chillaran.
Antes del mediodía de aquel día en la cartelera de la empresa apareció una nota firmada por mí informando "que el Jueves Santo no se trabajará".
Sin querer, había logrado un triunfo y el apoyo popular. Todos los que no me conocían y pensaban que tenían que evaluarme ya lo habían hecho: yo era un ídolo.
- ¿Lo podemos besar? –preguntó la más osada. Así fue como, un grupo de mujeres emocionadas me rindió homenaje. Yo trataba al principio de aclarar que no había sido yo sino la confusión de nuestro número uno.
Y yo, antilíder, sin hacer nada había ganado la primera batalla.
Aunque haya habido tantos otros que perdí. Pero esos son temas para otros muchísimos posts.
Y una moraleja final: líder no se nace ni se hace: se espera una casualidad y se lo logra.

Monday, May 01, 2006

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EL PROYECTOR CINE GRAF
Desde que fui al cine por primera vez aquello se volvió una obsesión: emociones que aparecían en un rectángulo brilloso en medio de la oscuridad. El movimiento era delicioso, con sonido una cuestión fascinante, pero lo que más me encantaba era el vínculo que creaba el espectáculo conmigo mismo: el amor que parecía generarme Bambi o la tristeza de cómo la madrastra y las hermanas trataban a Cenicienta, el delirio mayor de los Hermanos Marx en Una Noche en Casablanca y la despreocupación de Laurel y Hardy cuando le rompían totalmente la casa a los vecinos.
Debe ser allá por mis diez años cuando decidí que debería estar algún día vinculado con el cine: no sabía bien cómo pero tanto me daba llegar a acomodador de cine, productor, actor o dueño de una sala (advierto al lector que en mi vida como adulto, por suerte, poco he tenido que ver con el tema).
Cada tanto, mi padre conseguía prestado algún proyector y veíamos cine en esas dos posibilidades de la época: con o sin sonido, proyectado sobre una sábana (en aquella época eran sólo blancas) o enfocando la lente directamente sobre la pared.
¡Era una gran fiesta! En el vecindario se transformaba en "una exclusividad", a la que sólo mis mejores amigos de la cuadra podían asistir, para luego contárselo a todo el mundo: "vi cine en lo del juanca".
La televisión recién arribaría en 1952, y hasta 1960 no comenzó a ser masiva. Los cines formales no eran caros, pero "ver cine" era toda una ceremonia "de salir": requería prepararse y asistir a un lugar que, salvo que uno viviera en las proximidades de la sala siempre implicaba una movilización con desaparición de la casa por más de un par de horas.
Mi madre tenía reservado con sus amigas "el día de damas", una jornada en la cual se veían un par de dramones en castellano (films argentinos, mexicanos o españoles) y para los cuales nos arrastraba protegida con una pequeña vianda con galletitas o sandwiches.
Todo lo que era espectáculo o entretenimiento estaba bastante separado de lo habitual. Sin play-station, PC, o televisión-video-dvd, ipod y celular, es obvio que la vida era bastante distinta. A lo sumo, teníamos para divertirnos el chin-chon, el Cerebro Mágico y Chan, El Mago que Contesta.
Aquella obsesión de cine en casa fue creciendo y no me abandonaba sino que crecía. En el colegio (estatal) cada tanto nos reunían en el salón de actos y nos pasaban aburridas películas didácticas del Servicio de Difusión Cultural de la Embajada de los Estados Unidos o las promocionales de Kolynos con supuesta intención higiénica.
Yo me imaginaba que un día llegaba a casa y tenía un proyector propio, listo para ver un film cada día. ¡Lo que nunca me podía imaginar era tener, además, una cámara de cine. Treinta años más tarde, mi jefe en una empresa multinacional me confesó que él sí había tenido una niñez con proyector ¡y cámara! (y vacaciones en Punta del Este, un lugar que yo por entonces no sabía siquiera que existía ni donde pudiera estar localizado). "Guardo imágenes de toda mi niñez, mi vida infantil siempre fue filmada" me contó aquel privilegiado.
Y como no sabía cómo podría lograr un proyector ¡me lanzaba a la pobre fantasía de inventarlo. Trataba de reproducir, siempre sin lograrlo, aquella caja mágica con luz adentro que emitía un haz que al pasar por una cinta transparente lograba emitir en la pared el dibujo que se hacía sobre tal cinta.
Recuerdo haber logrado algo así como una reproducción de un rasgo de tinta azul pintado en un papel celofán que se sostenía entre una fila de dados de juguete y la linterna de mi papá. Un fiasco ni parecido de lejos a la magia del cine.
¡Hasta que, en Billiken, ví un día la publicidad del proyector Cine Graf! Aquello tenía un precio más que bueno y posible, y se parecía muchísimo a una máquina de las que conocían.
Me encantaría que alguien recordara cómo fue que se desencadenó la decisión familiar de comprarme uno. Es que debo haberle roto las pelotas a cuanta persona pasó por al lado mío, no cabe duda.
Poco tiempo después, aquel aparato estaba guardado en su caja en el ropero y dormía una justa siesta permanente. ¡Era un aparato horroroso, indigno y de una mediocridad supina!
Estaba hecho de una lata pintada que a medida que se calentaba largaba el correspondiente aroma a lata pintada calentada. El calor provenía de su lámpara, una vulgar de velador, que calienta tanto que no se podía tocar sin quemarse los dedos. Las películas eran lamentables porque se trataba de cuadritos dibujados sobre un mero rollo de papel manteca, por lo cual al proyectarse sobre la pared dejaba ver las imperfecciones del propio papel. ¡Y, encima, las historietas eran de personajes desconocidos porque los fabricantes del artilugio no deberían querer pagar derechos a, por ejemplo, los dibujantes de Tarzán, Poncho Negro o Popeye, verdaderos ídolos de aquellos momentos.
Sin embargo, la posesión de aquella porquería me hacía un ídolo entre mis amigos, que cuando venían a casa insistían en que "sacara el cine graf" que ahora ellos me envidiaban.
Cuando pienso esto, a la distancia, creo que aquel proyector era un antecedente de lo que fue más tarde mucho marketing hecho con mala leche: un producto que, en la publicidad despertaba asociaciones ilícitas que provocaban la compra. Uno creía que aquello era algo muy similar a un proyector de cine, cuestión que reforzaba la forma, el diseño y hasta la invocación del uso. Pero que no… no era lo mismo. Hoy reflexiono en aquel producto para el mundo infantil conectado a 220 w en una generación sin disyuntores, que calentaba tanto y que se suponía era un juguete…
Aquella niñez estuvo basada en una cuota de estafa e imaginación. Le colocábamos un cartoncito con un broche a las ruedas de la bici para que hiciera un ruido insoportable, muy similar a un "motor de puma", que era la marca de la moto de moda. ¡Y así nos imaginábamos que, aunque siguiéramos pedaleando más que nunca, manejábamos una moto!
Y algunos hasta solían creer que si nos portábamos bien, luego iríamos al cielo. Pero el relato de ese tema lo dejo para mi preparación de la primera comunión, que contaré en otro post. ¡Ay, Dios…!