Sunday, May 16, 2010


Tremolar con orgullo y bizarría.
¿Por qué para acercarse a los chicos se suele elegir un idioma inentendible?
Para un chico que venía de disfrutar en la calle de la bolita, la escondida, la rayuela y patear una pelota, ingresar al mundo del colegio implicaba demasiados cambios. Todos muy raros.
Estoy hablando de mi primer contacto con el “mundo culto” que presuponía la “educación”. Una misión de mis maestros a partir de mi ingreso sería sacarme todos los vicios del habla popular, y empezar a hacerme vivir un montón de finas formas “educadas”.
Para hacerme entender, obligaré a mi lector a meterse en la piel de alguien que en la década del cincuenta empezaba la escuela primaria: una era llena de fantasmas, mitos y prejuicios corroídos por la cantidad de temas “de los que no se puede hablar”.
Ahí es donde por primera vez me encontré con un mundo de no fácil comprensión directa. Para entender qué quiero decir voy a dar el ejemplo de las canciones “Mi bandera” y “Aurora”, ambas de letras de aprendizaje obligatorio por todo alumno en plan de aprendizaje.
“Aquí está la bandera que un día en la batalla tremoló triunfal, y llena de orgullo y bizarría a San Lorenzo se dirigió inmortal” dice inefable la primera, “Así en la alta aurora irradial, punta de flecha el áureo rostro imita, y forma estela al purpurado cuello”, espeta la segunda, que se cantaba todos los días.
A los seis años uno es una especie de loro que repite todo, y más si hay que cantarlo. Pero, ¿alguien sabe en qué idioma los poetas inspirados inventaron estas letras?
Salvo al cantar obligatoriamente estas canciones ¿algún lector puede asegurar que haya usado con fundamento alguna vez el verbo tremolar? ¿alguien imagina qué puede llegar a ser dirigirse inmortal a algún lado con orgullo y bizarría? ¿qué cosa vendría a ser una alta aurora irradial? ¿e imitar un áureo rostro? ¿qué es un purpurado cuello? ¡Y no hagan trampa mirando el diccionario, consultando al Google o a la Wikipedia!
Esto me pasaba a mí en la década del 50, pero estas canciones siguen iguales. A nadie se le ocurre “actualizarles” las letras, como sí hizo el catolicismo con el Padre Nuestro, que no es igual a como se recitaba cuando yo era niño.
Pero estas canciones son apenas una muestra. Canciones, poesías y muchas fábulas y cuentos usuales de la educación corriente son inentendibles en cuanto al uso de palabras, metáforas y giros de uso poco común. ¿Es posible que se llegue a aducir que forzar su uso sea una manera educativa de enriquecer el pobre conocimiento de los chicos?
Pero, por ejemplo, a mí nunca me sirvió el empeño que ponían mis maestras porque yo dijera “acera” en lugar de vereda. A pesar de la insistencia, no lo incorporé ni a mi lenguaje cotidiano ni al de la escritura. Es que la palabra vereda me parece elegante, es la que dicen todos, y seguro que –salvo en clase- es la que las propias maestras usaban en su vida diaria.
¿Por qué el empeño en usar terminología rara?
Pareciera ser un vicio de cierta tendencia de la “literatura culta”, de la poética y en general de los rebuscamientos que, por suerte, nunca atacaron al habla diaria. Ni siquiera a la de la gente más culturalizada.

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Sunday, April 25, 2010



CIRUELAS
Criado en un pueblo bonaerense caracterizado por la excelencia frutal, desde muy chico he sido un consumidor de frutos “al pie del árbol”. En el fondo de mi casa crecían especies con flores y frutos: hibiscus, higuera, tomates, duraznos y ciruelas. En otras casas del barrio, además, muchos otros crecían: uvas, damascos, mandarinas, naranjas. Según el tiempo de cosecha de cada uno, la solidaridad vecinal daba para repartir.

Uno de mis árboles preferidos era el ciruelo, que lucía gigante como presidiendo el jardín, y que allá hacia fines de agosto se llenaba de florecillas blancas que al caer producían una supuesta nieve en medio de un coro de zumbido de abejas, abejorros y avispas.

Esta convivencia forzada me dio una experiencia invalorable: ver el “ciclo natural del ciruelo”, su floración y polinización, el crecimiento verdoso y carnoso de su fruto y sobre fines de noviembre la ansiada coloración del comienzo de la madurez en los frutos. El avance de diciembre hacía que comenzaran a tomar un color morado, que preanunciaba mayor dulzura y... mayor cantidad de bichos pululando para obtener su comida.

Engullíamos ciruela hasta hartarnos. El árbol era tan gigantesco que mi padre se las ingeniaba para transformarla en pasas para el invierno, mi madre les agregaba azúcar y producía mermelada con destino a toda la familia.

En síntesis: es obvio que si dejamos a la naturaleza que actúe, tendremos buenas ciruelas frescas apenas unos pocos días, durante diciembre.

Pero este 2010 nos viene asombrando. Las ciruelas comenzaron a visitar las fruterías en febrero, y continúan orondas en abril. Pero son “raras”, enormes, carnosas y riquísimas, si bien bastante poco parecidas a aquellas de mi infancia. Hay algunas que son gigantes como duraznos, muy carnosas y compactas, jugosas.

¿Qué pasó con las ciruelas? Intenté verlo en el oráculo del Google, poco pude saber más allá de la transgenia que le atribuye el Wikipedia, de donde extraje la foto que acompaña este post. Así que llamé a Rolando, mi amigo ingeniero agrónomo, que interviene habitualmente en procesos de alimentos transgénicos, y le repetí esto aquí cuento, con mis dudas al respecto.

- ¡Claro que son transgénicas! –me aclaró como si yo fuera un tonto que no entendía- lo que no te puedo aclarar es qué fruta de todas las que hay en las fruterías ya no lo sea...

- ¿Y es cierto que son malas? –agregué para remarcarle cuánto más tonto puedo llegar a ser.

- Mirá, si fueras un periodista te diría que no, yo trabajo en esto. Pero lo que sos mi amigo te puedo asegurar que no sé. Que no sabemos. Sinceramente, pensamos que no son malas. Nosotros mismos consumimos estos productos, y no somos suicidas. Pero qué pasa a largo plazo con su consumo intensivo, lo va a decir la realidad.

- Yo me imagino que, en algún lado, debe haber conejos de ensayos comiendo exclusivamente alimentos transgénicos. Pobres conejos, pero eso se hizo siempre: arriesgar la vida de ellos antes que las nuestras.

- Sí, claro que se hace. Pero no hay hasta ahora datos significativos. Por eso avanza la transgenia, y por eso también tienen fundamentos los ecologistas que se manifiestan en contra: es que no hay pruebas definitivas.

- Claro: recuerdo que las pruebas sobre la nocividad del cigarrillo también llevaron muchos años. Puede que éste también sea un caso parecido, o peor, porque el cigarrillo es una opción lúcida del consumidor adulto. El alimento, en cambio, lo consumen todos de buena fe para alimentarse, incluyendo las tan maltratadas poblaciones “de riesgo”, como enfermos, menores o ancianos.

- Lo concreto es que nadie todavía tiene pruebas concretas en contra –creyó tranquilizarme Rolando.

Como inquietante conclusión: acabo de ver en el supermercado unas ciruelas aún más grandes que las que había visto hasta ayer.

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Tuesday, March 30, 2010



¿BOCA O RÍVER?
Nunca mi padre debe haber estado más feliz que el propio día en que nací. Siempre decía que aunque hubiera sido nena, igual no hubiera esperado el fin del día para registrarme como socio de Boca.
Nací un jueves. Ese domingo jugaba Boca en la Bombonera y mi viejo llevó mi carnet para mostrárselo a toda su barra. Recibí entonces muchos regalos curiosos: remeras talle 00 azul y oro, toallas y hasta una mamadera con el escudo del club. Cuentan que mi abuela hizo una enorme torta con la forma de cancha y veintidós muñequitos en medio de un partido que ganaba... Boca. Al volver de la cancha, la barra realizó en casa un doble festejo: el del prolijo dos a cero del partido y el del nacimiento de esta nueva gloria, ahora el hincha más joven del mejor club del mundo.
Papá estaba en plan de competir a toda hora con cada uno del resto de su barra. Y dado que fue el primero en convertirse en padre, con el tiempo y nuevos nacimientos debió soportar la bardeada que suponía superar sus obsesiones: todos trataban de que quedara en evidencia que cada uno de los bebés incorporados era más boquense que cualquier otro.
Yo me portaba en consecuencia. No queda muy claro si fue la segunda o tercera palabra que pronuncié. La primera fue “Abu”, ya que mi abuela me criaba mientras los viejos salían a laburar. Y antes de decir papá o mamá, parece que efectivamente balbuceé “Boca”. Y dicen que en cuanto caminé, lo primero que hizo mi viejo fue poner una pelota a mis pies. Azul y oro, claro.
Esos fueron los carriles por los que sucedió mi primera niñez sin intranquilidades mayores, con el gran beneplácito paterno.
Cuando acababa de cumplir cinco años, mi abuela –que como ya dije era quien me cuidaba diariamente- sufrió un revés económico importante. Su casa, que estaba hipotecada, terminó rematándose y debió irse a vivir con su hijo. Mi tío era un gran tipo, un solterón que la entusiasmó con la idea de irse a vivir a su casa y dejar de tener problemas de vivienda. Contribuyó el resto de la familia en convencerla, dado que a mis viejos mucha gracia no le hacía traer a casa una vieja bastante metida, a quien me dio siempre la impresión de que mi padre mucho no la tragaba.
El comienzo de aquel año fue muy significativo en mi vida: empezaría el preescolar y debía pasar gran parte del día en la nueva casa de mi abuela.
Todo esto no debería tener mayor trascendencia familiar, salvo el pequeño detalle de que mi tío era un futbolero fanático envenenado de... River... Todos en la familia colaboraban siempre para que en las reuniones no sentaran juntos a mi papi y al tío. Aunque desde que se conocieron, unos treinta años antes, no pocas habían sido las veces en que se habían trenzado mal, con golpes, denuncias policiales y hasta amenazas de acciones penales.
No pasó mucho tiempo en que se me hizo muy pero muy atractivo pasar los días en aquella casa. Mi tío tenía instalado un metegol profesional, y en general terminábamos siempre simulando clásicos en el que él hacía de River y yo de Boca.
Pero un día la abuela se engripó, y más bien su delicado estado daba para qué yo y mi tío la cuidáramos a ella. Pero la abuela era fuerte, y se curaba a tecitos y aspirina, y dormía gran parte del día. Así fue como aquellos días empezaron a ser más entretenidos todavía, dado que quedé al cuidado de mi tío. Que primero me empezó a llevar al club, y luego a la cancha... ¡de Ríver!. Con todas las advertencias del caso: me pidió que jurara que no le iría nunca a contar a mi viejo.
Mis ojos de cinco años comenzaron a ser conmovidos por todo: las dimensiones de aquel club y su estadio, la rápida integración que lograba con los grupos de chicos de mi edad. Mi tío me había convencido de que nunca debía mencionar en tal lugar ni mi condición de socio de Boca, ni los principales gustos deportivos paternos.
Una cosa que luego nunca me perdonaría mi padre fue que el primer partido que presencié en una cancha fuera el de River, jugando como local contra Belgrano de Córdoba. Mi tío me había llevado a espaldas de mi familia, y seguro que a sabiendas de la rabieta que podía estar ocasionando a mi padre.
Aquel fue otro acontecimiento decisorio de mi vida: presenciar un partido hacía que no me alcanzaran los ojos, la boca, los poros. Sin querer, me di cuenta de algo casi mágico que estaba sucediendo dentro mío: yo ya era de Ríver. Con el primer gol me abrazaba a mi tío y recuerdo aquel como un momento de una primitiva gran gran felicidad.
Así había transcurrido todo mi preescolar, una etapa de crecimiento en todo sentido. Pero ustedes saben que comenzar la primaria hace a cualquiera creer que ya es un hombre. También fue mi caso, así que decidí no ocultar más a mi padre todo lo que estaba pasando. Pero lo que yo creía legítimo, creo que no fue muy buena solución. Sobre todo, la forma que elegí para expresarlo:
- Papá: tengo una buena noticia que darte: no sólo soy de Boca, sino que también soy de Ríver.
Claro: yo me imagino alguien del más cerrado fanatismo (más del de cualquiera que el lector conozca ¿eh?) viendo a un piojo que le plantea una cosa de este talante... Imposible de creer...
Mi viejo pensó en una cargada del peor humor negro, instrumentada por su mil veces maldito cuñado, un error de interpretación de un pendejo, o que, finalmente llegaba al fin de sus días.
Ya de grande, mi mamá me confesó que, por entonces, el viejo le dijo que él hubiera aceptado un hijo puto, ladrón o mogólico, pero lo que había escuchado de mi boca había sido un shock que difícilmente podría llegar a superar en el resto de su vida.
- Sólo un loco puede ser de dos clubes, pero si además esos dos clubes son Boca y Ríver, el cultor de semejante cosa es un degenerado, un perverso y un desviado. ¡Y eso es mi hijooooo! – esta exagerada adjetivación es apenas una pequeña muestra del tipo de monólogo afiebrado que ensayó durante un tiempo el dulce de mi señor padre a quien quisiera escucharlo.
En fin. Que después de confesárselo me sentí contento, porque eso era lo que realmente sentía: amaba a Boca porque no conocía otra cosa desde que había nacido, y me entusiasmaba Ríver porque ahora que lo conocía bastante, me caía muy bien. Como reconocen los verdaderos maridos bígamos, me había enamorado en forma duplicada, sin posibilidad de elegir sólo por una de las partes.
- No se pueden tener dos patrias, dos religiones ni dos madres. ¡No se puede ser hincha de dos clubes! –intentaba en vano convencerme el viejo. Claro: luego de putearme, fajarme y llorar borracho, acusándome de traidor.
Yo atravesaba ese laberinto lleno de acusaciones, indemne: ¡estaba contentísimo! Y de paso, iba ganando experiencia en cómo debía moverme en este anegadizo terreno de la dualidad deportiva. En principio notaba que mi felicidad (y mi supervivencia) dependían de manera extrema del ocultamiento estratégico con que me moviera en cada ambiente: no decir a los de Boca que me enloquecía por River, y esconder a los millonarios mi parecer bostero. Poco fácil, pero práctico.
Crecer me fue aportando conocimientos que sostendrían mis gustos con excusas varias, y hasta justificaciones bastante racionales. Al viejo solía oponerle sus muletillas sobre que “no se pueden tener dos patrias, dos religiones ni dos madres” echándole en cara que él no sólo era argentino sino que había logrado nacionalidad italiana, o recordándole la existencia de matrimonios mixtos entre judíos y cristianos, o que sí hay dos madres en el caso de los hijos adoptivos: la biológica y la adoptante.
Claro que mi crecimiento con tales convicciones fue un permanente oprobio para mi padre. Al que cada vez que lo acompañaba a la cancha debía soportar no sólo sus refunfuños, sino las miradas que le descubría, en la cual era demasiado obvio que pensaba que había engendrado un traidor.
Entre mis amigos, al principio constituía una rareza que, como todo, al fin asimilaban. Yo era el raro pero, claro, no taaan raro. En el barrio ya había sido detectado un gay, al padre de otro que estaba en cana por una estafa y tenía para rato, una hermana que había quedado embarazada a los trece años, en fin... que yo era cada vez menos llamativo... Y dada mi funcionalidad (a veces estaba de un lado, a veces de otro), a los fines de discutir e hinchar, a los simpatizantes de uno u otro club les convenía...
Con el tiempo, mi papá parece que también acomodaba la idea. Hasta que su segundo hijo también resultó varón, y parece que pudo ajustar su plan, y no dejar ningún resquicio a la casualidad. Este nuevo muchacho sería indiscutiblemente de Boca. “De Boca Juniors”, carajo.
Y con respecto a mi caso, un día parece que bajó los brazos, aunque cada vez que nos agarrábamos, volvían todos los argumentos de los que sólo lo consolaba la existencia real de otro boquense de ley como mi hermano, ya muy en claro que era un “puro” boquense.
* * *
Con Graciela nos conocimos desde muy chicos, y ambos sospechábamos que lo nuestro venía sólido, fuerte y que nos terminaríamos casando. Algo que queríamos desde siempre los dos, así que no hubo grandes novedades al respecto: cumplimos nuestra propia auto profecía.
La primera vez que mi suegro se enteró de mi extravagancia deportiva, tembló. Me contaría después que se preocupó por el futuro que podría encontrar su hija con un tipo como yo, que podía al fin y al cabo ser tan inseguro que –así como seguía deportivamente a dos pasiones- hiciera lo mismo en el terreno del amor. Y que su hija debiera compartirme con otra o –peor y como es muy habitual ya en tantos casos- con otras.
Sin embargo, con el tiempo se fue dando cuenta de que sus temores eran bastante infundados, ya que a esa altura poco me importaba el fútbol, abrumado por un laburo estresante y los compromisos de adulto que iría asumiendo: hipoteca, cuota del auto y ahorro para vacaciones.
Hasta que llegó el día en que –para desgracia de mi viejo y de mi tío- acompañé a mi suegro a un partido de Independiente como local, contra Huracán.
Y, sí: ahora también soy de Independiente.

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Friday, March 05, 2010


Otra película argentina

Conocí a Martín unos cinco años atrás, cuando comenzó a trabajar conmigo como asistente junior. Acababa de abandonar sus estudios de abogacía y, para desgracia de su familia, había cortado una tradición de más de cien años: todos los varones mayores de la familia habían sido también abogados.
Su padre era, casualmente, el presidente de la empresa en la que yo trabajaba. Imaginen que le costó bien poco convencerme de la conveniencia de tomarlo como mi mano derecha.
Martín resultó para mí una sorpresa: no respondía al común de los tipos “acomodados” que disfrutara particularmente por su condición de hijo de semejante personaje. Hasta tal punto, que logró que al poco tiempo me olvidara totalmente de su origen principesco.
Unos meses después de comenzar, se inscribió en un curso superior de cinematografía. Era fanático del cine y lograba transformar en un placer cambiar con él opiniones sobre alguna película. En una oportunidad deslicé un comentario sobre una que había visto hacía mucho tiempo y que era posible que no supiera nada sobre ella. Yo, ingenuamente, pensaba que la desconocería porque en aquel momento él estuviera más preocupado por nacer. Claro que no contaba con que “Después de hora” de Scorsese es algo así como un culto particular para cualquier estudiante de cine que se precie de tal.
Tuvimos que hacer juntos un par de misiones empresarias en el interior, cuestión que nos permitió conocernos más. Y pude entender qué pasa por dentro de la cabeza de un legítimo “Ricky Ricón”, dispuesto a salir a pelear a la calle.
Por supuesto duró poco en aquel trabajo: era un tipo muy activo, pero creativo y bien dispuesto. Parecía estar destinado a hacer todo bien, a pesar de que se notaba cuánto lo abrumaba la rutina. Pero consiguió un laburo más afín a su porvenir en una productora de cine. De la cual su padre era... el principal accionista, y además presidente del directorio.

Desde que me jubilé, salgo a caminar todas las mañanas. Un pretendido engaña pichanga a mi colesterol, como para que se quede frenadito ahí donde está, a ver si puede retroceder aunque sea de a poquito. Recorro los bosques de Palermo hasta que alguno de mis jorobados gemelos se resiste a seguir y me recomienda subir a esos rodados negros y amarillos que abundan cada mañana a mi alrededor. Una práctica posible siempre y cuando no haya mosquitos. Momento a partir del cual reculo y me pongo a vagar por esas callecitas porteñas que tienen ese “queseyo,viste?”
Esta mañana me volvió a pasar. Y el primer mosquito fue precisamente a horadar mi gemelo, como que supiera que el maldito es mañero y a veces me abandona.
Como hago siempre, apuro la marcha tal cual indican los sabios de la gimnasia y las buenas prácticas físicas. Pero a la tercera cuadra recorrida me sorprendió la guarda policial que impedía a los autos continuar por una callecita que habitualmente tiene escaso tránsito. Al mirar al centro de la cuadra, noté movimientos extraños: reflectores, camiones, cámaras. No es la primera vez que me cruzo con una filmación, algo ya excesivamente habitual en Buenos Aires. ¿Y qué creen que me sorprende ver entre el tumulto de técnicos?
- ¡Martín! – grito desde la vereda de enfrente. Martín me percibe, y abandona el lugar para venir a abrazarme.
- ¡Juanqui, tanto tiempo!
- ¡Lo lograste! ¡Estás en el mundo del cine! ¿Qué hacés?
- Y, ya ves... dirijo un largometraje...
Traté de hacer un rápido racconto de lo que vivía. Hacía sólo cuatro años que no veía a Martín, apenas un bachiller que empezaba un curso de cine, y cuando lo vuelvo a ver es... el director de una película argentina.
Por supuesto que el reencuentro terminó con la eterna promesa nacional de juntarnos más tranquilos a tomar un café, sin los aprestos de la caminata ni el laburo fílmico. Cuestión que se desarrolló apenas unos días después, luego de sincronizarnos por teléfono.
- ¿Cómo lograste transformarte en director de cine?
- Bueno: no creas que es tan difícil. En principio logramos un crédito de fomento al cine, y el resto lo conseguí por una vaquita que hicieron los amigos de mi viejo. Ah... y un buen toco me lo tiró mi suegro, que es industrial textil.
- Che, que bueno despertar tanta confianza. Yo no tuve ni un padre que tuviera guita ni un suegro que quisiera cederme algo más que su hija. ¿Es mucha guita?
- No para una película como esta; unos trescientos mil verdes.
- ¡Un millón de pesos! ¿Pensás que lo van a recuperar?
- ¡Ni en pedo! ¿Qué te creés? ¿Que soy Spielberg?
- ¿Y cómo te la prestan?
- No, no la prestan. Ellos invierten: si anda, bien. Si no: todo bien también. Eso es invertir. En realidad la apuesta es que después empiece a ver qué pasa con la peli en el mercado internacional: ahí hay buen pique: te compran las grandes cadenas de cine por cable. Ellos necesitan material permanentemente por que tienen programaciones que cubren las 24 horas.
- Pero hacer cine para ese fin es lo mismo que hacer cerámicas para revestir baños.
- Dale... no te hagas el gracioso...
- ¿Qué tipo de película es la que hacés?
- Mirá: últimamente me enamoré del cine de la “nouvelle vogue” de los sesenta. Sobre todo Godard. Mi peli se divide en tres actos, es casi como dialéctica: tesis, antítesis y síntesis. En el primer acto Melina duerme la siesta.
- ¿Sólo duerme?
- Claro.
- ¿Mucho tiempo?
- No, porque es una siesta ligera, en tiempo real. Sólo una hora.
- Pero eso ya lo hizo Andy Warhol, también en los 60.
- Nada que ver... En mi peli tratamos de jerarquizar el hecho y los significados del sueño a través de los avances que realiza la cámara sobre ella, los gestos imperceptibles, el valor de la piel o la respiración. En fin... para entenderme tendrías que verla.
- Pero si ponés a una mina a dormir una hora, supongo que no te queda mucho para decir...
- Es que ese profundo silencio de la siesta, le sirve a ella para tomar aliento y lanzarse a la vida renovada... ahí todo recién comienza.
- Pero... ¿cuánto dura tu película?
- No sé, todavía... lo veré en la edición y el corte final. Yo calculo que no puede durar menos de cinco o seis horas. No se si no me da para dos películas. Ya veré.

Muy interesante ¿no? Yo me acuerdo los avatares vividos por cientos de aventureros en la historia del cine, las increíbles historias por las que debieron pasar para conseguir cómo y con qué filmar, estrenar o siquiera publicitar sus creaciones. Pero siento como que ahora se hace cine de una manera aparentemente menos sacrificada, algo más sencilla.
Aunque me parece que lo que no es tan sencillo es ser espectador de estas películas.

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Saturday, February 20, 2010




Cómo preparamos la pista para el aterrizaje del Gran Hermano.

En 1949 George Orwell temía que en el año 1984 estuvieran creadas las condiciones para que se pudiera dominar en forma totalitaria un tercio del mundo. Se anticipó en apenas tres décadas.

Para esta generación, Gran Hermano es tan sólo el nombre de un viejo reality show televisivo que sirvió para mostrar la vida en común de un grupo de jóvenes que experimentaban la convivencia online, en vivo y tratando por todos los medios de que quedara fija en la “opinión pública” su existencia como “mediáticos”. Cosa que sólo unos pocos alcanzaron, ya que algunos otros sobreviven presentándose en funciones de trasnoche en boliches de los suburbios.
Aunque en realidad “Big Brother” es un ente informe (¿personaje?) creado por el escritor George Orwell para su novela “1984”.
La sociedad de la primera mitad del siglo 20, era en la que le tocó vivir a Orwell, estaba conmovida por una realidad bastante compleja: el mundo se debatía entre dos fuerzas beligerantes por antonomasia. Una de ellas era el control de ciertos estados a partir del pensamiento de ultraderecha y ultraizquierda, y a través de figuras que vistas desde el hoy podríamos definir como “extravagantes” si querríamos ser elegantes, o “terroríficas” para ser muy gráficos: Hitler, Stalin, Mussolini, Franco, todos juntos sumaban millones y millones de muertos en su haber. Con la prefiguración de lo que se denominó “Segunda Guerra Mundial”, apareció en el panorama la convicción de que la única manera de liberarse de aquel bloque de genocidas estaba en manos de quienes se asumieron como adalides del “mundo libre”: Estados Unidos (crecidos a costa de la esclavitud) y Gran Bretaña (un conglomerado de posesiones acumuladas con piratería y colonialismo.) En fin: dos potencias cuyas medallas refulgentes no eran precisamente las de la libertad ni la independencia.
Finalizado aquel caos beligerante de los cuarenta, Orwell incursionaba en la ciencia ficción creando una pequeña joya de la anticipación, y que fue reiteradamente llevada a la pantalla (hubo una versión de 1956, otra filmada en el mismísimo 1984, y también varias recreaciones para la televisión.)
La ciencia ficción habitualmente no despertaba mayor intranquilidad: ni los extraterrestres y sus naves, ni las hecatombes apocalípticas masivas que proponían los libros podían percibirse como posibles en el horizonte de la realidad. Pero sí las tiranías y su autoritarismo, las guerras con armas cada vez más mortíferas, y la arbitrariedad irracional que todo esto presuponía. Por eso aquella visión futurista de Orwell metía verdadera intranquilidad en el lector: es que la tendencia estaba ya instalada.
De qué se trata la novela “1984”
Leí por primera vez esta novela cuando ya era un texto viejo, aparentemente superado, que volvía a ser más ficción que ciencia. La guerra había terminado hacía más de quince años, y los dictadores que quedaban eran feroces pero deslucidos, sin predicamento internacional. Recuerdo que en la edición que llegó a mis manos, el traductor había preferido interpretar Big Brother como “Hermano Mayor”. El libro me dejó una marca indeleble, ya que incorporé la figura omnipotente del dictador cada vez que en mis alocuciones debía referirme necesariamente al imperio de la locura que implica el ejercicio del poder a través de la autocracia, la arbitrariedad del que manda, la abundancia de psicópatas que logran posiciones de poder efectivo en el mundo moderno. Especialmente exponer sobre las grandes dificultades que siempre supone superar esos momentos en la historia de las organizaciones de cualquier tipo: desde países hasta pequeños clubes, y aún en pequeños consorcios de vecinos.
El planteo original de la obra se desarrolla en un mundo “sintetizado” en tres grandes estados que se encuentran en guerra. La acción transcurre en uno de ellos, Oceanía, gobernada por un líder (el referido Gran Hermano, al que nunca se logra conocer quién es) que posee los medios a su alcance para ver controlar y poder manipular (a través de cámaras y redes televisivas) la acción de cada uno de los habitantes, y que “decreta” a través de cuatro organismos centrales de su gobierno la existencia permanente de amor (organización de la coerción sobre los habitantes), paz (administración de la guerra constante), verdad (en realidad manipulación de la información para que se absorban las mentiras) y abundancia (una manera de administrar la dramática escasez de todo tipo de recursos), los propósitos de su partido político único y omnipresente.
Un mundo controlado por una sola voluntad. Pero manejado realmente, sin los errores humanos y sin posibilidades de quebrarlo, tal cual le pasara a Hitler, a Stalin, a Batista o a Duvalier. Los grandes dictadores de la historia se ilusionaban con ser verdaderos “ordenadores” de la realidad que creían estar dominando. Y este es precisamente el nombre que se le da en algunos países de habla española a la informática. Y esa –pienso- es la orientación que va teniendo la “pista de aterrizaje” que se va configurando, y a la que aludo desde el título.
Disculpe las molestias: estamos construyendo la pista de aterrizaje
Quiero contarles cómo comenzó este miserable nivel de reflexión en mi febril cabeza. Hacía unos pocos días que habían lanzado el nuevo sistema operativo de Microsoft, y en forma absolutamente casual decidí cambiar mi anciana PC, pues ya había cumplido con su misión luego de seis años de uso.
Dado que el precio que me ofrecían incluía el sistema operativo instalado, así llegó a mi vida el Windows Seven. Los argentinos que leen entenderán que poseer en una máquina un sistema operativo legítimo es una cualidad que me hace sentir rarísimo.
Ni les cuento el placer que fue comenzar a trabajar en la máquina: el Seven aceptaba todos los softwares que le proponía instalar, y sin chistar. Recordaba con pesar las rabietas del pasado, cada vez que hacía una migración a una nueva máquina o sistema operativo, las búsquedas infructuosas de drivers, o el tener que abandonar un programa (o peor aún, un periférico) porque su fabricante había desaparecido y a nadie se le ocurría hacer el esfuerzo por recrear algún tipo de adaptación.
Hasta que llegó el momento de conectarle la impresora. Tengo una Hewlett Packard bastante nueva, de esas que además son escáner y fotocopiadora color. El Seven no sólo la reconoció e instaló de un saque, sino que me avisó que “tenía que actualizar su software”, para lo cual “me pedía autorización”. Ni lo dudé: me pareció razonable, pensé que harían algunos toquecitos para adaptarla y le dí pa’lante.
¿Saben qué pasó? ¡Cambió todo el software! Nuevas interfaces con muy mejoradas prestaciones. Todo (hasta hoy, aparentemente) gratis. Tengo un servicio de impresiones re-perfecto.
Todo ok, ¿no? Sigamos.
Pero fíjense qué interesante. Los nuevos televisores de LCD, aptos para la ya inminente futura televisión de alta definición vienen con una alta interconectividad con la PC (y por ende a internet) y con un (ahora, para mí) inquietante servicio de “actualización de software”. Lo mismo que los más recientes “smartphones” (esos celulares tipo I-phone), y los módulos MP4/MP5/MP6, que son esos bichitos amables llenos de música que hoy porta cualquiera en el colectivo. Casi es inútil utilizarlos sin recurrir a servicios de internet.
2014: odisea del espacio
Mi conclusión: cada vez más objetos funcionan con auxilio de procesadores (incluyendo automóviles y motocicletas) y fácil interconexión con computadoras y similares, y dudo si no estaremos a un tris de que se impongan como obligatorios (pero eso es tema para otro post).
La existencia de procesadores en cualquier tipo de accesorio, maquinaria o adminículo portante o residente, les otorga la chance de estar dotados de cierta “inteligencia” que se potencia con la posibilidad de conexión con redes, o con la hoy potente “gran red” que es internet.
¿Que hoy no existen dictadores? Ajá: pero la base está.
Se los voy a escenificar apelando a la ciencia ficción.
Hoy es 25 de junio del 2014. Corrí hasta casa para no perderme la final del mundial. Está apasionante, porque el partido es Brasil contra Argentina. Suerte que llegué con tiempo, porque justo ahora al televisor se le ocurre ponerme un cartel. Dice “Para continuar, debe actualizar el software”. Lo apago y me voy a la PC, bajo el programa y luego conecto mi pendrive en el televisor. “Descargando” leo en la pantalla y respiro. Hasta que un cartel me señala: “Nuestro benemérito presidente, el Dr. González, en su campaña de amparo a los pobres, necesita su mínima colaboración de $ 1000. En cuanto efectivice el pago (puede hacerlo con cualquier tarjeta o sistema electrónico de pago online) en www.quebuenoesgonzalez.com, cargue la aprobación en el pendrive, descárguela en el televisor ¡y luego disfrute del partido!
Y le traslado la preocupación al resto de sus aparatitos. ¿Qué diría del jingle “Con González todo bien sale” que estuviera obligado a escuchar entre canción y canción en su MP7? O el maravilloso mensaje en el visor de su automóvil “Vuelva a votar como siempre a González”.
Sí: ya sé lo que piensa. No debe diferir mucho de lo que yo mismo pienso. Pero le recuerdo que puede no haber más aparatito, ni servicio, ni electrodoméstico o utilidad si no se “actualiza el software” como corresponde...
Hasta me dio ganas de volver a leer a Orwell. Por lo menos para imaginarme cómo sigue esto...

Monday, February 01, 2010


Mi generación está tan llena de prejuicios como las anteriores

Mi generación me pareció alguna vez como “de vanguardia”, los que éramos adolescentes en los sesenta y setenta creíamos tener muy claro cientos de cosas, y pensábamos estar produciendo cambios importantes en lo social, lo político, y hasta en el arte y las costumbres.
Fue entonces que nació, creció y escandalizó el rock’n roll y todas sus variantes, el mayo francés, el hippismo, el cine de la “nouvelle vague”, el pop y el op, la bikini, la minifalda y nos tocó festivamente protagonizar el comienzo público de una visión más realista y menos pacata de las prácticas sexuales. Nos enfrentábamos a generaciones más conformistas y prejuiciosas, que nos acusaban de revoltosos e ilegítimos. Y avanzaba un proceso de politización a través de la “militancia” activa, ya que de una u otra manera todos los jóvenes crecimos en la discusión permanente de la realidad que creíamos interpretar o poder modificar.
Hasta la iglesia católica (sí, la misma) se había transformado en un motor del cambio. Hubo un concilio en el Vaticano, y a través de un par de Papas se hicieron cambios vitales en la liturgia, una manera de adaptarla a los cambios que sucedían en el resto del planeta. Creció la conciencia de la injusticia generada a través de las diferencias sociales, y los movimientos tercermundistas permitieron retornar al criterio solidario del núcleo original de fundamentación del cristianismo.
Aquella generación fue consciente de querer cambiar al mundo, y muchas de las cosas que sucedían parecían afirmarlo.
Hoy me pregunto si aquello era apenas producto de nuestra juventud. ¿Será que ser joven es estar enfermo, y por eso uno se pone a pensar así, pero en cuanto “se cura” la cosa cambia? Es que no rescato en la gran mayoría de la gente de mi generación la visión de lo que hubiere quedado como producto final de aquello que parecía tan vital y hasta casi necesario...
Encuentro ya hoy entre mis contemporáneos, sin embargo, visiones maniqueas para la realidad inmediata. Intolerancia y discriminación, fobias e interpretaciones tremendistas.
Al igual de lo que pensaban nuestros padres a quienes criticábamos y discutíamos, mis pares suelen pensar que los “chicos de hoy” son terribles (en el peor de los casos suelen agregar que tienen “falta de límites”), y que los adolescentes están descarriados y acuciados por la droga y el alcohol. Cada vez más se piensa en que habría “más justicia” si hubiera más penas y más duras, en lugar de apuntar a resolver las conflictividad social que da origen y es caldo de cultivo del delito y la delincuencia en general (algo que sí sosteníamos la gran mayoría de los de nuestra generación).
Estos viejos protestan por todo, cuestionan casi a mansalva y nada los convence, sostienen un pesimismo crónico y perdieron el sentido del humor. Como decía Luca, se transformaron en “viejos vinagres”. Y mejor que se los diga yo, que al fin y al cabo también soy uno de ellos.
No sé si será muy representativo, pero tal vez el mejor de mis ejemplos sea un amigo de la infancia con el que me crié y cursé tanto el primario como el secundario. Un niño rebelde y adolescente atorrante. Un librepensador y creativo que hubiera apuntado alto si en algún momento de esa parte de la historia que no compartimos y que por tanto desconozco, no pergeñara la hoy evidente tarea de transformarse en “prócer” y decidiera abrazar la religión, la política de derecha acérrima y una profesión con lustre. La contradicción es tan pero tan grande que uno de mis grandes placeres es poder ver cómo regulo el rojo de su cara cada vez que rememoro alguna de sus aventuras non sanctas que compartiéramos en el pasado. Creo que preferiría olvidarse, o no encontrarse conmigo, o poder “borrar toda señal de su pasado”.
Pienso que mi generación fue destruida en varios planos. Algunos están en las listas de desaparecidos, muertos en combate o asesinados. Hubo otros que se escondieron, cambiaron su rol social, se adaptaron a las circunstancias. Otros tantos, que poco se enteraban de lo que estaba sucediendo, siguen igual que entonces.
Siempre me dio la impresión de que muchos han tomado su vejez como la justificación para pensar distinto. Algo así como “era joven y estaba equivocado, pero crecí y fuí madurando”. A todos estos viejos recalcitrantes y olvidadizos de los placeres de su estancia joven, quiero traerles el recuerdo de un fragmento de una canción de un ícono de nuestra juventud, Joan Manuel Serrat, que sugería que “puestos a escoger prefiero un buen polvo a un rapapolvo, y un bombero a un bombardero, crecer a sentar cabeza; prefiero la carne al metal y las ventanas a las ventanillas; el lunar de tu cara a la pinacoteca nacional, y la revolución a las pesadillas.”
Muchos de los viejos de mi generación han recorrido un penoso camino: el que lleva a abandonar el ideal de justicia social, para sostener que la justicia llegue a ser –tal vez- un definitivo y lamentable sinónimo de ajusticiar.

Tuesday, January 05, 2010



La revolución tecnológica que aterrizó en casa

Corría 1957 pero la televisión no podía afianzarse en los hogares porteños. Las razones eran varias: un único canal con escasas opciones, televisores carísimos a los que había que agregar una antena externa instalada por un técnico, problemas técnicos de transmisión y recepción y una tecnología precaria (electrónica con lámparas que se “quemaban” en forma reiterada).
Hasta entonces la radiofonía había sido la reina indiscutible del espectáculo popular, junto con el cine. A ambos se aseguraba que les esperaba un próximo fin en manos de la televisión. Nadie sospechaba que faltaba mucho más de lo que se suponía.
A mi padre le encantaba la radiofonía, por lo cual su mesa de luz estaba coronada por un aparato de radio armada por un técnico, con un excelente nivel de recepción y sonido de la más alta fidelidad a la que se podía tener acceso por entonces con sólo la AM a la que se denominaba “onda larga”.
Y por esa misma afición paterna, el segundo hito llegó con el equipo que ubicaron en el comedor de casa: ¡un combinado!, el objeto más codiciado allá por los 50: música a través de discos y radio en las dos ondas: larga y corta, a través de la cual era posible sintonizar emisoras de todo el mundo.
El tercer aparato de radio lo aportó mi hermana, que ya trabajaba y agregó un coqueto receptor con carcaza de plástico para su mesa de luz.
En mi casa, un hogar de clase media baja, éramos “raros” para nuestros vecinos: teníamos tres aparatos de radio y una línea telefónica, aunque no heladera eléctrica, lavarropas o cocina de gas, que eran los trofeos lógicos de cualquier familia de clase media de aquella época.
¿Para qué servían tantos aparatos de radio? Es que el mundo del espectáculo era eminentemente sónico, y por tanto por allí pasaba todo acceso a cualquier realidad: a través de los “radioteatros”, un antecedente del teleteatro, el teatro grabado o las series que luego brindó la televisión. Las señoras seguían culebrones que les brindaban desde el modelo americano del “soap opera” (teatro intrigante auspiciado por jabones), los chicos a los ídolos del comic como Poncho Negro, Tarzán o Sandokan, las familias comedias costumbristas como “Los Pérez García”. La música tenía aportes de recitales en vivo en los grandes auditorios de las radios nacionales y, durante todo el día ya existía la costumbre de los noticieros (se los llamaba “boletines”), la música grabada y el aporte de columnistas en la moda de los “microprogramas”. También por entonces arrancaron los famosos programas de “sketches” cómicos y los concursos de habilidades o preguntas y respuestas, que más tardes serían trasladados casi sin cambios a la televisión.
De aquella época proviene la costumbre de considerar a la radio como “compañía” frente a la soledad, la monotonía del trabajo, o como recurso para dormirse (o no) y hasta divertirse.
Retomemos aquel 1957 en que se produjo la revolución de la radio. Para los argentinos el adelanto quedó en manos de Spica, una marca de radio japonesa que nos maravilló a todos. Es que el cambio no era poco. Lo mostraré en un cuadro:


De repente, uno podía “llevar encima” una radio, y escucharla.
¿Cómo conocí semejante maravilla? Todos hablábamos de repente del “transistor”, “la spica” o la “radio portátil”, aún sin conocerla. Hasta que uno de mis compañeros del secundario “cantó” que sus tíos le habían regalado una (¡esos sí que eran buenos tíos!) y la compartimos en el picnic de la primavera.
Era como magia: de una pequeña cajita uno obtenía espectáculo. Algo imposible de entender como sorprendente desde un hoy, en donde por ejemplo mi nieta preescolar obtiene de su celular desde largometrajes de Disney hasta canciones en estéreo o fotos que le transmiten sus amigas por internet.
Aquel fue un hito con una sucesión “imparable”, ya que para mediados de los sesenta yo ya tenía un receptor dos veces más chico que me acompañaba a todos lados. Con el tiempo los receptores de radio habían evolucionado desde las “catedrales góticas” de sus inicios a pequeños dispositivos, muchos de los cuales hoy están incorporados a teléfonos, relojes o equipos de toda laya.
Los receptores de radio de ser una rareza cara pasaron a mimetizarse y ser un servicio vulgar. Lo mismo que sucedió con los relojes, y que va camino de pasar con las computadoras.
No se por qué, mi nieta Carolina (la estudiante de comunicaciones) piensa que yo “no soy tan viejo”. Mis posts de recuerdos suelo dárselos a leer antes como “primicia”, y así fue como daba alaridos de sorpresa:

-Pienso que exagerás, parece como que hubieras vivido en el Medioevo: nadie te puede creer que en tu casa no hubiera habido lavarropas, heladera o cocina a gas...
-Me van a tener que creer: basta con preguntarle a otros abuelos de clase media baja.
-Me pudre que hables con esos tecnicismos: “clase media baja”… ¿Qué es eso?
-Nena: ¿Qué te enseñan en tu facultad? ¿Todavía no te dijeron que hay pobres?
-Sí, no me jodas… Pero: ¿cómo guardaban la comida, lavaban la ropa o cocinaban?
-Caro: tus viejos te mandaron de campamento desde que eras muy chica. Y sabés que se puede sobrevivir sin algunos adelantos de la vida moderna. La comida no necesariamente se guarda en frío; la ropa se puede lavar raspándola sobre una tabla, y también se cocina con otros medios: desde leña hasta microondas, lo sabés…
-Ah, sí…

Difícil de entender, aunque no imposible.
Volviendo a mi vínculo con los receptores de radio, tuve dos conmociones posteriores a todos los relatos anteriores. Uno sucedió en Jumbo, cuando descubrí la promoción de una máquina de afeitar, que por unos centavos te incluían una radio. El segundo lo viví con la radio que me acompaña aquí, al lado de la PC: me costó $ 5 en un buscavida del subte.

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